Para la Iglesia, junio es el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, pero como cualquiera está forzado a contemplar por todas partes, en la religión tácita del mundo es el mes dedicado a celebrar incesantemente y desde todos los ricos dos pecados capitales: la soberbia (orgullo) y la lujuria.
Al principio fue un día, el Día del Orgullo Gay. Luego fue una semana, ya estamos en un mes. A todo ello tenemos que sumar incontables ‘días internacionales’ consagrados a los más variados aspectos de la mafia lavanda: día de la visibilidad, día de la transexualidad, día de las familias LGTBETC… Y aún hay algún bromista tratando de convencernos de que vivimos en estados laicos.
El ‘orgullo’ es fiesta grande, fiesta de cumplir, de la religión oficial, y para entenderlo en su agobiante totalitarismo basta con que usted, lector, sustituya cada bandera arcoiris que vea en ayuntamientos, embajadas, logos de multinacionales, institutos oficiales y todo el espacio público en general con imágenes del Sagrado Corazón. Imagine una bandera del Sagrado Corazón colgando en su ayuntamiento o adaptado al logo de Amazon o Apple. Sería difícil pretender que no tenemos una religión oficial.
El problema no es que el mundo tenga sus propias causas, ajenas a la cosmovisión católica; el problema es, por una parte, la imposibilidad de escapar del incesante mensaje; por otra, el hecho de que no se celebra algo meramente distinto, sino lo que durante milenios, toda la historia de la humanidad, se ha considerado, en el más benigno de los casos, como algo socialmente indeseable.
Pero, sobre todo, lo más peligroso es cómo un clero que desde el pasado concilio ha estado buscando su adaptación al mundo está dejando que esta perniciosa ideología penetre e infecte el mensaje de la Iglesia.
Tenemos el camino sinodal alemán, que ya ‘bendice’ la sodomía estable, o el propio sínodo de la sinodalidad, en cuyo documento inicial ya se insinúa un revisionismo de la doctrina en este aspecto. Y tenemos las decenas de celebraciones eucarísticas presididas por la omnipresente bandera y dedicadas explícitamente al ‘colectivo’, así como los más mediáticos sacerdotes para quienes el proselitismo del Evangelio es el peor de los pecados, salvo que se trate de su contraevangelio LGTBI
Carlos Esteban