Y jamás olvidaré aquél episodio tan interesante como aleccionador. La periodista se dirigió a aquel ministro cubano y le espetó la pregunta: “¿Se respetan los derechos humanos en Cuba?” y todo pomposo y muy seguro de sí mismo, respondió: “SI, se respetan, por supuesto que se respetan”.
El lugar fue Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, en un caluroso hotel del segundo anillo en una tarde tropical, acosados por los mosquitos del dengue. Yo por mi parte, quedé algo sorprendido, y no por la respuesta, que era previsible, sino por el argumento que posteriormente desarrolló para sustentarla.
“En Cuba se respetan los derechos humanos, por supuesto, los derechos humanos colectivos.”
Y ahí está amigo lector, la clave del asunto. Debido a unos supuestos derechos de la colectividad, se encierra en la cárcel a disidentes por veinte años, por unos supuestos derechos del pueblo, se tortura, se expropia, se dan palizas, se impide la libertad y si hace falta, se mata de hambre. Según esta mentalidad, los seres humanos somos como un banco de peces, de esos que se ven en los documentales de televisión, un enorme banco de peces que se mueven al unísono, y cada individuo, es algo así, como un ápice del conjunto de esa masa, de ese colectivo. Lo importante es el grupo, el pececillo no cuenta, es un pequeño fragmento, insignificante, que debe someterse al interés general. Por cierto, al interés general, de aquellos que deciden, lo que es el “interés general”, claro está. Y además, cueste lo que cueste.
Ya lo hicieron los nazis, por el supuesto derecho del “pueblo elegido” que decían que eran. Sometieron, torturaron, hicieron experimentos médicos y sociales, quitaron la patria potestad a los padres, invadieron y asesinaron. O por mencionar algunos hechos de lo que otro fanatismo ideológico perpetró, recordaremos, cuando en la Unión Soviética había que limpiar las aldeas de aquellos campesinos a quienes no les daba la gana de ingresar en los koljós, aquellos campesinos que se negaban a la vida colectiva que jamás habían visto ni ellos ni sus padres, ni sus abuelos y que estaba sometida al control de unos pocos vividores, que les darían en todo caso alguna limosna para sobrevivir. A aquellos campesinos les llamaban, los Kulak, y estos, se negaban rotundamente a perder sus pequeñas propiedades y sobre todo su libertad. Los Kulak, eran peligrosos, para el régimen, sí, sí, eran un peligro. Por su fuerza, por su audacia, por su decisión, y por su independencia. Y se les prohibía cultivar, sino era para la colectividad. Por una gavilla escondida, diez años de cárcel, o por encontrarles dos patatas, diez años. De modo que se les acorraló, se les mató de hambre, incluso con el ejército, con artillería, había que suprimir la esencia del campo, su energía, su inventiva, su laboriosidad, su resistencia y conciencia de libertad. Y así fue como los sacaron del campo y se llevó a cabo la colectivización.
Hoy en día, las estrategias globalistas son otras, los vividores son otros, más sofisticados, más, de guante blanco, pero con los mismos fines y objetivos de codicia, y lo curioso es que el neo-marxismo, es cómplice y colabora con este gran capital multinacional. Es posible que a muchos les suene esto que trato de explicar, como algo extraño, como una rareza o extravagancia literaria. Pero yo sé estimado lector que usted me entiende, o al menos eso quisiera, ese es mi modesto anhelo. Hoy en día, se asfixia con leyes y normas imposibles a agricultores y ganaderos en España y en toda Europa, para llevarlos a la ruina con la excusa climática, mientras se traen barcos gigantescos de corderos de Australia o miles de contenedores de naranjas de Sud-África, por parte de las multinacionales que chantajean, presionan y sobornan a los políticos que dictan esas disparatadas normas de imposible cumplimiento. Menos regadíos, porque el planeta sufre, menos embalses y pantanos, por el clima climático, menos movilidad, menos carne, ¡coman gusanos!, ¡piensen en el planeta, en el interés general!, ¡pierdan su independencia y su libertad! Eso sí, mientras algunos se desloman para buscar la peseta, algunos ya tienen la panza repleta. Las últimas ocurrencias de nuestros representantes europeos, ya son de traca. Desde el Banco Central Europeo nos indican, que la inflación ha subido tantísimo, “por culpa del cambio climático”, así, tal cual, con un par, delante de los eurodiputados sin ningún rubor. Y desde la presidencia de la Comisión Europea, y a la vista de las interminables guerras que nos asolan, nada más y nada menos que se les ha ocurrido proponer, que las armas que se fabriquen, sean en adelante respetuosas con el medio ambiente. Y escuchar esto, ya esto es de traca total. Si cae una bomba en un colegio, y asesina a un puñado de niños “contaminantes” y contaminadores, no pasa nada, lo importante es que la bomba sea respetuosa con la Madre Tierra. ¡Vaya tela del telar!
Y lo más grave, es que la gente les compra el discurso, lo grave es que no les sacan a gorrazos de las altas instituciones que dirigen. ¡Vaya panorama! Verdaderamente estimado lector, que se echa de menos aquella época en que sólo había un tonto en cada pueblo. Por desgracia la cosa va en progresión ascendente, hacia una mayoría.
Francisco Martínez Peñaranda. Escribe para usted de vez en cuando. Gracias por atenderme.
Francisco Martínez Peñaranda es esposo y padre de siete hijos, artista y compositor, escritor y educador afectivo sexual. Actualmente es director del programa radio La Tierra y la Gente en Decisión Radio.