No es la primera referencia que hace Francisco a su supuesto sucesor llamándole ‘Juan XXIV’, aunque sea con ánimo jocoso. Pero la referencia es un indicio de que el Papa no espera demasiadas sorpresas del ‘Dios de las sorpresas’.
«En cuanto al viaje a Vietnam, si no voy yo, seguro que irá Juan XXIV”, ha dicho el Papa Francisco durante la última de sus temidas ruedas de prensa en vuelo de vuelta de su visita apostólica a Mongolia.
Y sí, de acuerdo, es una referencia sin demasiada importancia, dicha de forma humorística. Pero no deja de ser enormemente significativa. ¿De qué? De que, para Francisco, no hay realmente una ‘necesidad de estar abiertos a los cambios’, no se espera al ‘Dios de las sorpresas’, ni siquiera hay condena genérica al machacón ‘indietrismo’.
Si Francisco estuviera verdaderamente abierto a las sorpresas, no cabe duda de que la mayor sorpresa de un futuro cónclave no sería que eligiera a un Juan XXIV, sino a un Pío XIII.
Si Francisco creyera realmente en la bondad del cambio, en general; si de verdad lamentara la actitud de los ‘católicos rígidos’ por su incapacidad de aceptar el cambio, no se me ocurre cambio más radical en este momento que la recuperación de todo lo que ha significado durante siglos ser católico.
Si Francisco abominara de un ‘indietrismo’ genérico, de ese ‘mirar atrás’ que paraliza, no estaría tan empeñado en resucitar ese entusiasmo eclesial tan de su juventud, la espera de la primavera del posconcilio. De algún modo, los nostálgicos son quienes quieren recuperar algo que no conocieron, mientras que no es nostalgia desear volver a lo que se vivió en la propia juventud.
El Papa quiere cambios, pero en una dirección muy concreta, casi diríamos ‘rígida’, lo que es un modo de no querer realmente cambios, sino resultados concretos, tenerlo todo “atado y bien atado”, una de las obsesiones que muchos observadores han reconocido en Francisco.
Y esa es una de las grandes paradojas del Santo Padre, quizá la más llamativa: que el mismo Pontífice que no se considera condicionada por nada que hayan hecho sus predecesores -ni siquiera cuando siguen vivos- se empeñe con tan visible firmeza en hacer inmutable su ‘reforma’.
Carlos Esteban