Todo el mundo sabe que el mundo se va a convertir en un infierno a corto plazo por culpa de las ventosidades de las vacas y de su coche que sigue funcionando con gasolina. Es imposible ignorarlo, porque nos lo repiten a todas horas desde todos los medios, preparándonos para hacernos a la idea de una vida peor con el noble objetivo de alejar el apocalipsis.
Solo que cada vez son más los que sospechan que detrás de la emergencia climática, promulgada con crecientes niveles de histeria, se esconden planes de control poblacional, aunque sólo sea porque los apóstoles de la ebullición planetaria no parecen haber cambiado un ápice su modo de vida y siguen comprando mansiones a pie de playa.