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viernes, 27 de enero de 2023

‘Esto no es un hecho aislado, hay una gran cantidad de detenidos por yihadismo’ (Rubén Pulido)



Duración 8:27 minutos

Así fue el ataque terrorista de Algeciras



Duración 2:24 minutos

https://youtu.be/Tucp_2Qcvis

Algeciras, Vox y la cara dura de la izquierda sobre inmigración ilegal, okupas e islamismo



Izquierda política y mediática no rectifican ni ante el asesinato de un sacristán

En las últimas horas se han conocido varios detalles sobre el individuo que cometió el asesinato de un sacristán en Algeciras este miércoles.



El asesino es un inmigrante ilegal, islamista y okupa

Yassine Kanjaa, que es como se llama el autor del crimen, entró ilegalmente en España procedente de Marruecos, se había decretado su expulsión desde hace meses -pero seguía en España-, era un islamista radical y residía en una casa "okupa" de Algeciras. Para más inri, sus actos han demostrado que le movía el odio al Cristianismo, como ha quedado patente con su asesinato de un sacristán, las heridas graves que le provocó a un sacerdote y sus ataque a iglesias.

Un fruto más de las políticas irresponsables de la izquierda

A la vista de estas características, lo mejor que podría haber hecho la izquierda política y mediática es guardar un vergonzoso silencio en torno a este crimen, porque si por algo se caracteriza la izquierda es por su constante intento de alimentar el odio al Cristianismo, amparar a los okupas y ser tolerante con la inmigración ilegal y el Islam radical (recordemos, sin ir más lejos, los vínculos de Podemos con un régimen islamista como el de Irán). Son las políticas izquierdistas las que han creado el caldo de cultivo ideal para este crimen. Las mismas políticas izquierdistas que han sumido en la inseguridad a tantos barrios alejados de los chalets en los que residen los políticos progres que se muestran tan permisivos con la inmigración ilegal, los okupas y el islamismo.

En vez de pedir perdón, la izquierda se lanza a atacar a Vox

Ante lo ocurrido en Algeciras, la izquierda debería sentirse avergonzada y pedir perdón por lo que está haciendo. Pero si por algo se caracteriza la izquierda es por su absoluta falta de vergüenza, que le lleva a provocar problemas y después no asumir ninguna responsabilidad al respecto. Es más: para la izquierda, la culpa siempre es de otros. Y como de costumbre, la izquierda mediática se ha lanzado a atacar precisamente a Vox, el partido que lleva años alertado de los peligros de la inmigración ilegal, los okupas y el islamismo. Podemos ver aquí algunos ejemplos de la basura que han publicado algunos medios de izquierda y de extrema izquierda en las últimas horas:

En la misma línea, la ministra podemita Ione Belarra ha tachado de "miserable" a Vox por reiterar lo que viene denunciando desde hace años. Y por mucho que mientan y manipulen, Vox no ataca a los inmigrantes, sino que critica la inmigración ilegal. Que los propagandistas de la izquierda quieran confundir una cosa y la otra es algo normal, pero no deja de ser muy ruin.

Lo realmente miserable es lo que está haciendo la izquierda con sus políticas

Contestando la rabieta de la izquierda, pues no, miren: lo miserable es dar barra libre a la inmigración ilegal, a los okupas y al radicalismo islámico, que es lo que viene haciendo la izquierda desde hace años, simplemente porque tiene la esperanza de pescar votos entre esos colectivos. Lo miserable es la permisividad de la izquierda con toda clase de maleantes, que está provocando que muchos barrios sean inseguros, que haya muchos vecinos ya no se atreven a salir solos a la calle o que tienen miedo de dejar sus viviendas solas sus viviendas por si se mete un okupa en ellas. Lo miserable es que las políticas de la izquierda hayan traído a ese asesino islamista a España y le hayan dejado quedars, de la misma forma que han traído a violadores, maltratadores y otros delincuentes que se han aprovechado del coladero de este gobierno en materia de inmigración.

Aquí, en España, los auténticos racistas son los que piensan que los españoles tenemos que aguantar de todo a los inmigrantes ilegales porque nos consideran "blancos opresores" y a ellos los ven como "racializados oprimidos" a los que les debemos toda clase de disculpas y de reparaciones por el mero hecho de tener la piel más clara. Los demagogos son los políticos de izquierdas que les dicen a los españoles que ellos defienden a los más pobres, pero luego les llenan los barrios de delincuentes mientras esos políticos se van a vivir a chalets en barrios acomodados y seguros, a costa del sueldo que les pagan los españoles a los que han engañado.

Los que estigmatizan son los que te llaman "racista" y "xenófobo" por rechazar la inmigración ilegal y por denunciar el radicalismo islámico, dos posiciones absolutamente legítimas que para nada tienen que ver con el odio por motivos raciales o de nacionalidad. Es más: muchos inmigrantes legales, incluyendo muchos musulmanes, han llegado a España huyendo de esos fanáticos islamistas, y ahora se encuentran con la desgracia de tener que padecerlos también aquí por la irresponsabilidad de nuestros políticos de izquierdas y de sus corifeos mediáticos.

Para terminar, los que están rompiendo nuestra convivencia son los que quieren barra libre para okupas, inmigrantes ilegales e islamistas con la esperanza de conseguir entre ellos los votos que no obtienen entre los españoles y los inmigrantes legales que viven honradamente, que pagan sus impuestos y que no hacen mal a nadie

Es el mismo gobierno que ha beneficiado a cientos de violadores con la ley del "sólo sí es sí". No dejan de hacer favores a quienes se saltan la ley, a quienes quieren vivir a costa de los demás y a quienes quieren imponernos el Islam más extremista, y aún tienen la cara dura de llamar "miserable" al partido que se opone a todas sus fechorías.

Elentir

El libro testamento de Benedicto XVI: una confirmación (Roberto De Mattei)



La publicación de algunos libros aparecidos tras el fallecimiento de Benedicto XVI ha estado acompañada de gran resonancia mediática. Al libro-entrevista de monseñor Georg Gänswein (Nada más que la verdad: mi vida junto a Benedicto XVI) y el del cardenal Gerhard Müller (In buona fede. La religione nel XXI secolo) se ha sumado en los últimos días ¿Qué es el cristianismo?, editado por Elio Guerriero y Georg Gänswein, en el que se recogen textos, unos publicados y otros inéditos, redactados por Benedicto XVI a lo largo de sus diez años de pontificado.

Sin duda, estos libros resultan útiles para entender la personalidad de sus autores, todos ellos protagonistas directos de lo que sucede en la Iglesia, y en ese sentido son un aporte histórico útil, pero es dudoso que sirvan para orientar en la confusión actual. En particular, la figura de Benedicto está envuelta en un halo de ambigüedad, pues es presentado como punto de referencia de un frente conservador que se opondría a la deriva doctrinal de los obispos progresistas alemanes. A pesar de ello, es sabido que Benedicto procede de ese mismo ambiente. ¿Cómo y cuándo fue su conversión?

En una entrevista concedida en 1993, el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Josef Ratzinger afirmó: «No veo que a lo largo de los años haya cambiado de perspectiva teológica» (Richard N. Ostling, John Moody y Nomi Morris, Keeper of the Straight and Narrow, en Time, 6 de diciembre de 1993). No hubo cambio de mentalidad entre el doctorando, acusado de peligroso modernismo por su profesor Michael Schmaus, y el audaz asesor teológico del cardenal Josef Frings durante el Concilio (1962-1965). Como tampoco lo hubo entre el cofundador de Communio (1972) y el catedrático de las universidades de Tubinga y Ratisbona (1966-1977). Ni entre el arzobispo de Múnich (1977-1981) y el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981-2005) Ni entre el papa nº 265 de la Iglesia Católica (2005-2013) y el papa emérito que siguió trabajando hasta su muerte en el monasterio de Santa Marta (2013-2022). Aunque su pensamiento teológico se enriquece y perfecciona, el hilo conductor mantiene la tentativa de encontrar una vía media entre las posturas de la teología tradicional, a las cuales nunca se adhirió, y el modernismo radical del que siempre se distanció. Lo que ha cambiado en la larga vida de Benedicto no son las ideas, sino su juicio sobre la situación de la Iglesia, sobre todo después del Concilio y de la revolución del 68.

A Josef Ratzinger lo afectó mucho, casi lo traumatizó, el colapso moral de la sociedad occidental y de la Iglesia postconciliar. En su último libro recuerda: «En diversos seminarios se organizaron clubes homosexuales que actuaban más o menos abiertamente y transformaban de forma patente el ambiente en dichos centros docentes. En un seminario de Alemania meridional, los aspirantes al sacerdocio y los aspirantes al cargo laico de pastoral vivían juntos. Durante las comidas, los seminaristas estaban con los laicos casados. Algunos de estos estaban acompañados de sus esposas, y en algunos casos de sus novias». En Estados Unidos, «un obispo que había sido rector tenía autorización para proyectar películas pornográficas a los seminaristas, presumiblemente con el fin de hacerlos capaces de resistir un comportamiento tan contrario a la fe».

Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Benedicto habría podido intervenir con mano dura para poner fin a tal fenómeno. Si no lo hizo, ¿fue sólo porque siempre fue más profesor que gobernante, o por la debilidad que suponía una postura teológica incapaz de identificar los errores del Concilio y del postconcilio?

La nueva moral que se difundió por los seminarios y universidades católicas era fruto de la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, documento que evidencia ser un manifiesto de conversión de la Iglesia al mundo moderno. Pero si la Iglesia renuncia a evangelizar el mundo será inevitable que el mundo mundanice a la Iglesia. El debate sobre la correcta interpretación de Gaudium et Spes no tiene mucha importancia, porque para contener un proceso revolucionario no bastan los meros instrumentos de la hermenéutica si ese proceso de disolución no se contrarresta con un proyecto de reconquista y recristianización de la sociedad.

Los diez años de pontificado emérito de Josef Ratzinger han coincidido con los diez del pontificado de Francisco, que han estado marcados por la exhortación apostólica Amoris laetitia del 19 de marzo de 2016, pero también por las controversias suscitadas por ésta, entre ellas los dubia del 16 de septiembre del mismo año, suscritos por cuatro eminentes cardenales (Walter Brandmüller, Raymond Leo Burke, Carlo Caffarra, Joachim Meisner) y la Corrección filial del 11 de agosto de 2017, firmada por más de doscientos teólogos y especialistas de diversas disciplinas. Benedicto no podía desconocer estos documentos han pasado a la historia por la importancia teológica y moral de los temas tratados y la autoridad de los firmantes, y sin embargo no hay constancia de ello en las reflexiones contenidas en su libro. Y sobre todo, el papa emérito nunca consideró importante explicar los motivos de su abdicación; se limitó a señalar en su último libro: «El 11 de febrero de 2013, cuando anuncié mi dimisión del ministerio de la sucesión petrina, no tenía pensado qué iba a hacer en mi nueva situación. Estaba demasiado agotado para planificar otras tareas».

Diríase que ha llegado la hora de que se dejen de buscar tantas razones ocultas. La abdicación del Pontífice no se debió a misteriosas presiones, sino al agotamiento físico y mental, como explica con todo lujo de detalles monseñor Gänswein en las páginas que en su libro dedica a lo que llama histórica renuncia. Ese agotamiento fue además una confesión de impotencia ante una crisis moral que habría encontrado una nueva expresión en la Amoris laetitia del papa Francisco. En dicho documento, la moral queda reducida a depender de las circunstancias históricas y las intenciones objetivas de quien realiza un acto humano. Ese relativismo tiene su raíz primigenia en el abandono de la metafísica que tiene lugar cuando se sustituye la tradicional categoría filosófica de sustancia por la moderna de relación. Esto dice el papa Benedicto en su último libro: «A medida que se desarrollaban el pensamiento filosófico y las ciencias naturales, el concepto de sustancia se alteró radicalmente, y lo mismo pasó con el concepto de lo que en la filosofía aristotélica se denominaban accidentes. El concepto de sustancia, que antes se había aplicado a toda realidad en sí consistente, se fue aplicando cada vez más a lo que es físicamente inasible, como las moléculas, los átomos y partículas elementales. Actualmente se sabe que tampoco estas cosas son sustancias últimas, sino una estructura de relaciones. Ello ha traído consigo un nuevo cometido para la filosofía cristiana. La categoría fundamental de todo lo real ya no es en general la sustancia, sino la relación. En este sentido, los cristianos sólo podemos decir que, para nuestra fe, Dios es una relación, relatio subsistens». Tiene razón Benedicto cuando afirma que «una sociedad en la que Dios está ausente –es decir, que no lo conoce y lo trata como si no existiese– es una sociedad que pierde su criterio. (…) En la sociedad occidental Dios está ausente en la esfera pública y ya no tiene nada que decir». Pero Dios no es una relación; es el Ser perfectísimo, y por tanto el Sumo Bien y la Verdad Infinita. Se llama precisamente Ser, el que es (Éx. 3,14). Todo desciende de Dios, y todo conduce a Él. Él y nadie más que Él, Ser por esencia, podrá resolver la crisis religiosa y moral de nuestro tiempo.

Roberto De Mattei