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Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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jueves, 9 de marzo de 2023
¿Tenemos la misma religión?
A veces, cuando escucho algunas homilías y declaraciones de clérigos, me veo obligado a preguntarme si tenemos la misma religión. No es algo agradable, pero la pregunta surge sola. Así me ha sucedido al escuchar una homilía de Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, pronunciada el cinco de marzo en su catedral.
No me refiero al envoltorio, sino a lo esencial. Dejemos aparte la cansina afectación, las vaguedades y más vaguedades, el sentimentalismo exacerbado, la horizontalidad radical apenas camuflada con menciones a Dios y la adulación al Papa constante y lastimosa (y, con franqueza, risible, porque el Papa Francisco tendrá muchas virtudes, pero la misericordia con los que piensan distinto claramente no es una de ellas). Todas estas cosas son lamentables en una homilía y muy poco ejemplares, pero los seglares estamos acostumbrados a sufrirlas con paciencia e, incluso, si Dios nos lo concede, con amor a nuestros pastores.
Lo que no podemos (ni debemos) soportar es que un clérigo nos dé gato por liebre. O piedras en vez de pan, como dice el Evangelio. Si en vez de darnos la fe de la Iglesia, pretende sustituirla por sus ocurrencias disparatadas, la paciencia se acaba. Entre otras cosas, porque así nos lo manda el propio Dios por boca del Apóstol San Pablo: si nosotros, o un ángel del cielo, os anunciáramos otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.
Veamos lo que dice Mons. Fernández:
“Ustedes saben que, durante muchos siglos, la Iglesia fue en otra dirección. Sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones, para clasificar a la gente, para ponerle rótulos. Esto es… Este es así, este es asá. Este puede comulgar, este no puede comulgar. A este se lo puede perdonar, a este no. Terrible que nos haya pasado eso en la Iglesia. Gracias a Dios, el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”.
¿Qué clérigo en su sano juicio basa su argumentación en lo mala e ignorante que es la Iglesia y lo bueno y sabio que, en cambio, es él? Sea lo que sea esto que dice Mons. Fernández, me parece evidente que no tiene nada que ver con la fe católica, ni con el catecismo, ni con lo que han enseñado los santos, ni con la Palabra de Dios. Es más, se trata de lo contrario. Y no hace falta ser teólogo para darse cuenta de ello.
Si Dios perdona a todos, incluidos los que no se arrepienten, ¿para qué vamos a arrepentirnos? ¿Y qué sentido tiene que exista el infierno, según el propio Cristo? ¿O será que según Mons. Fernández no existe el infierno?, porque su existencia implica necesariamente que hay algunos a los que no se puede perdonar. Y si hay que perdonar a todos, ¿por qué el Señor les dijo a los apóstoles a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos? ¿Es que no pensó lo que estaba diciendo? ¿O es que eso “terrible” que le pasó a la Iglesia le pasó antes al mismo Jesucristo? ¿Se han equivocado siempre la Iglesia y todos los Papas, al enseñar que una confesión sin propósito de la enmienda es inválida y sacrílega?
¿Será que San Pablo no sabía que todos podían comulgar cuando dijo que el que come y bebe indignamente, sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación? ¿O no se había enterado de que no hay que “clasificar” cuando afirmó que los impuros, los idólatras, los adúlteros, los borrachos, etc. no heredarían el Reino de Dios? ¿Cómo se atrevía a “ponerles rótulos”? ¿Cómo se han atrevido a hacer lo mismo los santos, profetas, obispos y Papas de todas las épocas? ¿Será que Dios ocultó esta nueva revelación a sus apóstoles y profetas e incluso a su propio Hijo hasta que Mons. Fernández, cual propheta prophetarum, la recibió del cielo?
Si un arzobispo rechaza la moral de la Iglesia y de la Palabra de Dios, ¿para qué queremos al arzobispo? Está serrando la misma rama en la que se ha sentado. Si el arzobispo nos dice que la Iglesia siempre ha estado equivocada hasta que ha llegado él, ¿por qué vamos a fiarnos de él y no de un pastor protestante o un lama budista? Si el prelado tira por la borda la moral católica y la sustituye por un buenismo a la moda, ¿por qué no tirar también por la borda el respeto a los obispos y la colaboración con las necesidades de la Iglesia? Si este obispo no obedece a la Iglesia, ¿por qué van a obedecerle a él sus sacerdotes o escucharle los fieles?
Más aún, ¿por qué se nombra arzobispo a alguien que afirma públicamente que no cree en la moral católica? O como mínimo, ¿por qué se le mantiene en el cargo para que siga negando esa moral con el dinero que recibe de los fieles, en templos construidos por los fieles y con grandísimo escándalo de esos mismos fieles, a los que enseña a odiar a la Iglesia? ¿Y es verdad que, como dice Mons. Fernández, “el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”, que no son otra cosa que la fe y la moral de la Iglesia? En ese caso, tendríamos que preguntarnos lo mismo sobre él.
Lo siento, pero no puedo decir otra cosa. Yo no reconozco lo que creo en lo que sea que cree este arzobispo, que, ¡desde el púlpito!, se burla de mi fe y dice que es algo “terrible” y que hay que liberarse de ella. A confesión de parte, no hacen falta pruebas. Él mismo lo afirma y me veo obligado a reconocer que tiene razón: lo suyo es otra religión.
Quizá lo verdaderamente terrible sea que un fiel tenga que decir esto de un arzobispo. Recemos por nuestros pastores.
Bruno Moreno
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