Cuando hace unas pocas semanas conocimos el nombramiento de Mons. García Cuerva como nuevo arzobispo de Buenos Aires, comenté en este blog que el papa Francisco había soltado ya la mano a Mons. Tucho Fernández. Un lector envió un comentario diciendo que, en realidad, el Sumo Pontífice se reservaba a Tucho para prefecto de la Doctrina de la Fe. No publiqué el comentario porque no publico disparates. Y vista la noticia con la que nos despertamos el sábado pasado, debo decir que el lector no se equivocó pero tampoco me equivoqué yo, puesto que ese nombramiento es un disparate o, mejor aún, una catástrofe.
El hecho merece un análisis desde varias perspectivas. Si enfocamos al personaje en cuestión, y a partir de sus antecedentes públicos que resumí en la entrada anterior, queda claro que es el personaje más inadecuado para el puesto al que fue elevado. Mons. Fernández no tiene doctrina y su fe católica es más que dudosa. La primera afirmación se prueba si uno se acerca a cualquiera de los ejemplares de su profusa producción bibliográfica. No hablamos aquí de su best-known El arte de besar. Elijan ustedes cualquiera de sus otros libros y verán que se trata siempre de folletines abultados y apropiados para la lectura de monjas mayores y desencantadas; una especie de autoayuda liviana con colorantes cristianos. Y en cuanto a su fe, escuchando lo que dice en sus homilías o escribe en medios de prensa, no resulta temerario dudar del carácter católico de lo que cree. El mismo cardenal Müller, en 2016, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo calificó de hereje (sogar häretisch). Es decir, será un hereje —según el calificativo cardenalicio— quien estará encargado de cuidar la ortodoxia de la fe católica. Difícilmente podría alguien haber pensando una situación más absurda; ni Mons. Robert Benson, ni Hugo Wast, ni Soloviev, ni Castellani. La realidad, una vez más, supera a la ficción.
Hace pocas horas, se conoció una carta de Mons. Fernández en la que se despide de su feligresía. Pocos serán los que crean en sus palabras, pero hay que reconocer que dice algunas verdades. Sus íntimos sabían que, efectivamente, hace un mes el papa Francisco le había hecho el ofrecimiento, probablemente al mismo tiempo que el nombramiento de Mons. García Cuerva en Buenos Aires, a fin de evitarle una decepción. Y se sabía también que comenzaría su nueva función en septiembre. Pero la toma de posesión del puesto se adelantó a agosto, algo rarísimo porque es un mes donde Roma y el Vaticano están desiertos. Algunos sospechan que se debe a que Francisco no llegará al mes de la primavera, o del otoño. Resulta curioso por otro lado, que Mons. Tucho, el regalón pontificio, haya confesado con pasmosa ingenuidad en su carta que el papa le ha preparado para vivir un casita dentro del Vaticano, con terraza y vista a los jardines. Probablemente sea una de las casitas en las que los papas renacentistas alojaban a sus amantes, lo cual no es un buen antecedente.
Pero quien merece un análisis más detallado y cuidadoso es el papa Francisco, los motivos de estas decisión y las perspectivas que se abren para la Iglesia.
1) Con esta decisión el pontífice trata de perfilar de un modo ya definitivo una nueva iglesia cuyo núcleo consiste en la negación de la Iglesia anterior. Es decir, la nueva iglesia es la no-Iglesia. Y el hecho queda claro no solamente por el nombramiento de Mons. Fernández en sí sino por la inusual carta que lo acompaña. Allí, el papa dice con claridad: “El Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”. Un eco de lo que el mismo Tucho había dicho hace poco en su catedral platense y que comentamos en este blog. Lo que nuestro amigo Ludovicus definió tan acertadamente como “canibalismo institucional” y que siempre pensamos que era una herramienta de sostenimiento de la popularidad mediática de Bergoglio, se ha convertido en el instrumento doctrinal multiuso que da pie a la constitución de una nueva iglesia. Michel Foucault diría que el canibalismo institucional es el dispositivo de subjetivación de la iglesia nacida del pontificado francisquista: la nueva iglesia se reconoce a sí misma como tal en tanto rechaza la Iglesia anterior. Yo soy yo en tanto no soy el que era. Es el canibalismo institucional su condición de sujeto. ¿Y esto por qué? Porque esta nueva iglesia necesita ser la iglesia del mundo moderno, como acaba de decir el biógrafo y amigo pontificio Sergio Rubin, para lo cual necesita negar la doctrina anti-moderna propia de la Iglesia de siempre (adulterios consentidos; homosexualidad permitida; en resumen, abrogación del sexto mandamiento) y el único modo de hacerlo con cierta legitimidad es desprestigiarla y mostrar la ineludible necesidad de esos cambios.
2) Habría otra interpretación más básica pero igualmente posible. El papa Francisco es un hombre de corazón mezquino, lleno de rencores y resentimientos, en base a los cuales toma muchas de sus decisiones. Es cuestión de repasar los obispos desposeídos de sus sedes y veremos que, en el caso de los argentinos al menos, siempre puede encontrarse una venganza personal detrás. O en los nombramientos, o no nombramientos; el caso de crear cardenal al obispo de San Diego, por ejemplo, no fue más que una muestra de su rencor hacia Mons. Cordileone, arzobispo de San Francisco. En el caso de Tucho, pasa lo mismo. Recordemos que siempre fue, inexplicablemente, el regalón del cardenal Bergoglio quien se empeñó en nombrarlo rector de la Universidad Católica Argentina. En Roma le negaron el nombramiento en repetidas ocasiones pues no daba el pinet y su ortodoxia era dudosa. Costó dos años de idas y venidas, hasta que finalmente logró encaramarlo en ese cargo. Esa es la razón por la que una de las primeras medidas que tomó apenas llegado al pontificado fue nombrar al P. Tucho arzobispo in partibus. Era el modo de cobrarle a la Curia los sinsabores que le había hecho pasar. Luego, lo trasladó a la sede de La Plata a fin de reemplazar a Mons. Héctor Aguer, enemigo declarado y público de Tucho y del mismo Bergoglio, a los que aventajaba con creces en capacidad teológica. Eran los rencores papales los que se satisfacían con estas promociones del todo inmerecidas. Finalmente, lo nombra en Doctrina de la Fe, hasta hace poco ocupada por el cardenal Müller que había acusado públicamente a Mons. Fernández de hereje y se había enfrentado duramente en repetidas ocasiones con Francisco. Es probable que el Sumo Pontífice haya actuado no en vistas a constituir una nueva iglesia, un objetivo muy malvado pero a la vez muy elevado para un espíritu pequeño como el suyo, sino simplemente para satisfacer, antes de morir, otro de sus resentimientos. Y, de paso, se cobraba el golpazo que le propinó el cardenal Re hace pocos meses cuando quiso nombrar a Mons. Wilmer en Doctrina de la Fe y fue impedido de hacerlo por el decano del colegio cardenalicio.
3) La Iglesia ha sufrido a lo largo de los siglos muchos malos papas. Alguno, en los Años de Hierro, podía arrojar al vacío a algún cardenal díscolo desde la azotea de Castel Sant’Angelo; otro, en el Renacimiento, podía envenenar a su amante; y otro, en el siglo XIX, podía aliarse con Napoleón. Bergoglio ha seguido todos estos pasos con mayor elegancia: a los cardenales díscolos (Burke y Müller, por ejemplo), los desposeyó de sus puestos y los dejó flotando en el vacío, y se ha aliado con los peores personajes actuales, desde Fidel Castro a Hillary Clinton. Pero la maldad totalmente nueva de este pontificado es que ha constituido a la Iglesia en su principal enemiga. Ya no se trata solamente de perseguir obispos, encarcelar cardenales o envenenar amantes; se trata de su intento desembozado de poner fin a dos mil años de Iglesia católica; o bien, renovarla de tal modo que no se parezca en nada a su antecesora. Ya no se trata de vengarse de sus fieles porteños nominando a Mons. García Cuerva, o del cardenal Cipriani nombrando a Mons. Castillo Mattasoglio. Se trata de volverse contra la misma Iglesia. Una suerte de enfermedad autoinmune; una especie de HIV que se empeña en destruir todo el sistema inmune del cuerpo eclesial a través de la confusión, a fin de que cualquier enfermedad pueda ingresar y matar al organismo.
4) En las últimas semanas hemos tenido una tormenta de nombramientos catastróficos: Buenos Aires, Madrid, Bruselas y ahora Doctrina de la Fe. Y no sería para nada extraño que dentro de pocos días se anuncie un consistorio en el que estos personajes, y otros más de su calaña, sean creados cardenales. Esto es la manifestación de lo que se comenta cada vez con más fuerza: el papa Francisco está viviendo sus últimos días, y está buscando que todo lo que hizo en su pontificado quede “atado y bien atado”. Pero sabemos cuánto duraron los nudos que había armado el pobre Francisco Franco cuando dijo esta frase en 1969.
5) Mons. Tucho Fernández en Doctrina de la Fe es un “regalito” que deja Francisco a su sucesor, sobre todo cuando deba enfrentarse a los debates y resultados del sínodo sobre la sinodalidad. Recordemos que en sínodos anteriores, como el que se hizo sobre la familia, Bergoglio tuvo que vérselas con la oposición cerrada de muchos cardenales. Ahora, ha limpiado el camino de opositores y todo correrá sobre seda. Vistas las opiniones públicas de Mons. Fernández, no sería extraño que sea él mismo el adalid de las propuestas de cambios más radicales a fin de lograr una iglesia para todos, todas y todes; sobre todo para todes.
6) And yet… este nombramiento podría ser un error garrafal del papa Francisco. Se sabe que en política, cuando se extreman las posiciones, tienden a triunfar los centros. Radicalizar a este nivel la postura ultraprogresista en este momento final de su pontificado puede causar temor, o activar el instinto de conservación institucional aún en cardenales que no tengan simpatías por el ala conservadora pero conserven algo de fe y de sensatez. Los nombramientos agresivos de los últimos tiempos y las políticas del mismo tenor que se supone los deberían acompañar, sólo serían existosas si al papa Francisco le quedaran muchos años de pontificado o si todo el aparato eclesial estuviera “atado y bien atado”. Es el modo en que sobrevivió el régimen soviético tanto tiempo: hasta en el último pueblo de la URSS había comisarios políticos totalmente alineados con el Kremlin que vigilaban por el cumplimiento de las órdenes del politburó. No es el caso de la Iglesia católica donde hay un enorme fastidio con el papa Francisco tanto entre obispos y como entre sacerdotes, y buena parte de ellos están a la espera del surgimiento del algún liderazgo que les permita ejercer la oposición. Por eso mismo, y quizás ingenuamente, yo sigo manteniendo cierto moderado optimismo con respecto al próximo cónclave; no espero grandes cambios, pero tampoco espero que sea elegido una réplica de Bergoglio.
7) El nombramiento podría ser también un fracaso. Mons. Fernández no es poseedor de un intelecto privilegiado y ni siquiera de la astucia política que caracteriza a su protector. Es cuestión de dejarlo hablar, y sus palabras no serán ya reproducidas solamente en algunos medios de un país marginal como Argentina, sino que se escucharán y leerán en los círculos católicos más elevados. No sería extraño que tenga un par de escandalosos tropezones y que el sucesor de Francisco encuentre en ellos la excusa limpia y elegante para relevarlo de su cargo sin tener que esperar al plazo de cinco años. Y no sería extraño tampoco que en los próximos días apareciera algún carpetazo, para lo que los argentinos somos buenos (si hasta creamos la expresión).
8) En su comentario de la semana pasada, el P. Santiago Martín hablaba de los “católicos desarraigados” al comentar un libro reciente que lleva este nombre de Aldo Maria Valli y Aurelio Porfiri. Y se refería a todos nosotros, a quienes ya no nos sentimos en casa en esta nueva iglesia bergogliana, los que nos sentimos “desarraigados”, los que todos los días tenemos que enfrentar noticias lacerantes para la fe de los apóstoles que profesamos. Vemos que hay misericordias para todos, menos para nosotros. “Sufran, o váyanse”, eso es lo que nos dice Francisco, Tucho y los suyos. ¿Serán estos los sufrimientos que fueron profetizados?
9) Finalmente, algo bueno puede sacarse de todo esto. En primer lugar, Bergoglio ha asesinado definitivamente al neoconismo, o a la “línea media”. Ya no es un desliz, ya no es una cuestión de interpretación de los hechos. ¡Si el nombramiento de Mons. Fernández hasta se acompañó de una carta para despejar cualquier duda al respecto! Ya no es posible permanecer en el medio y seguir defendiendo lo indefendible. Y, en segundo lugar, Bergoglio también asesinó al papalismo, al magisterialismo tan caro a algunos y a la delirante idea de un pontífice concebido como una hipóstasis del Espíritu Santo, tan del gusto del ultramontanismo.
The Wanderer