Luego de la sospechosamente veloz provisión al vacante arzobispado de La Plata en la persona de Mons. Gabriel Mestre, hasta ahora obispo de Mar del Plata, se han conocido declaraciones del mitrado que no conviene pasar por alto. Es probable que hayan sido esas declaraciones las que le alcanzaron su promoción y es seguro que ellas lo ubican fuera de la comunión con la fe de los apóstoles.
En este blog nos referimos en varios ocasiones a los nombramientos episcopales del pontificado de Francisco y, en todos lo casos, se trataba de personajes mediocres y alejados de la excelencia. Con el nombramiento de Mestre tenemos algo peor: un obispo que está fuera de la comunión eclesial pues niega pública y claramente la enseñanza sostenida por la Iglesia a lo largo de dos mil años. En una de las sedes más importantes del país se sentará un obispo que no adhiere a la integridad de la fe, aún cuando el día de su toma de posesión recite el Credo. Ya no es necesario mirar a Alemania para encontrar obispos cismáticos; los tenemos en nuestro país, aunque se de la paradoja de que son nombrados por el sucesor de Pedro.
En una
entrevista radial y otra realizada para un
medio de prensa escrita, Mons. Mestre, al igual que
lo hizo su antecesor en la sede platense, Mons. Víctor Fernández, ha negado la necesidad del estado de gracia para recibir la eucaristía, o bien, ha negado el carácter de pecado grave contra el sexto mandamiento que poseen las prácticas sexuales con personas del mismo sexo. Desde San Pablo a esta parte, la Iglesia siempre fue clara en la formulación de su doctrina sobre estos dos temas. Dice el obispo Mestre que confirmó a dos “chicas” travestis y, por el contexto, no pereciera que se trató simplemente de señores que, por diversión, se vestían de mujer sino que asumían el rol femenino en también en otras circunstancias; en pocas palabras, que mantenían habitualmente relaciones sexuales con personas de su mismo sexo. Que estas personas estén en “situación de travestismo”, es irrelevante para el mitrado, equiparable a estar en “situación de obrerismo” o en “situación de diabetismo”. No hay razón para negarles un sacramento de vivos como es la confirmación. Más aún, Mons. Mestre declaró que: “Yo hoy tengo en las estructuras pastorales nombradas a personas homosexuales, casadas incluso con el llamado matrimonio igualitario, y están presentes, cantan en misa, leen, comulgan, no comulgan si quieren, es un tema personal de ellos y están en las estructuras pastorales nombradas por el Obispo”. Y esto debe ser, insiste, “de lo más natural”; pues da lo mismo —es lo que da a entender— el sexo de la persona con la que cada cual se case.
Pareciera que Mons. Mestre tiene una particular obsesión con las personas que están en “situación de travestismo” o en situaciones análogas. En el canal de Youtube oficial de su diócesis —y según me dicen por decisión personal suya a pesar de las dudas de sus colaboradores— se publicó
este video con el “testimonio” de uno de estos “católicos comprometidos” que viven una sexualidad por fuera de los cánones cristianos. Como el mismo Mons. Mestre lo dice sin ambages, se trata de que la Iglesia debe adaptarse al nuevo paradigma del mundo que no es ya el paradigma de la cristiandad. Y ese nuevo paradigma —“agenda 2030” le dicen algunos— incluye entre sus postulados el derecho universal al coito. Y, para justificar desde la moral cristiana este derecho, se recurre a argumentos emotivistas, pues son los únicos a los que puede recurrirse visto que los aportados por las Escrituras y la Tradición son lapidarios en cuanto a la condenación sin ningún tipo de atenuantes de la sodomía.
Gabo, el testimoniante del video, es ciertamente una persona culta e inteligente, sus argumentos están muy bien formulados y son, seguramente, los mismos argumentos de Mons. Mestre. Él apela a una supuesta “invitación” o “llamado” de Dios a la felicidad, al cual, debido a que siente atracción sexual por personas del mismo sexo, no podría responder. Es verdad que Dios nos llama a ser felices, pero la felicidad plena no la encontramos en esta vida sino en la otra, y sabemos también que la máxima felicidad que podemos alcanzar en este paso por la tierra exige la práctica de las virtudes. Y esto no es solamente doctrina cristiana; es también doctrina aristotélica, y estoica.
El problema reside en el concepto de felicidad que tiene Gabo. Se trata, parece, de una felicidad inmanente que consistiría en saciar una serie de apetitos y deseos. Habla, por ejemplo, de construir una pareja. Los cristianos no tienen pareja: los varones tienen novia, y luego esposa; y las mujeres tienen novio, y luego esposo. No hay otra opción. Y esta ha sido la enseñanza de la iglesia desde siempre, sólo interrumpida en los últimos años por el Papa Francisco que permitió tener concubina o concubino, y se declaró prescindente en el juicio acerca de quienes viven modo uxorio con otra persona del mismo sexo.
Se trata de emotivismo puro. Desde el punto de vista de la sensibilidad, puede resultar difícil para un sacerdote decirle a Gabo o a las “chicas en situación de travestismo”, que en sus vidas deberán abstenerse de la práctica sexual propia del matrimonio y, consecuentemente, que deberán ejercitarse continuamente en la virtud de la castidad. Pareciera que los están condenado al fracaso, a la tristeza y a la desesperación. Es mucho más fácil decirles y convencerlos de que Dios quiere que sean felices y, como la felicidad implica también el ejercicio de la sexualidad, podrán hacerlo con otra persona de su mismo sexo, porque Dios lo quiso así. Como
ha dicho el papa Francisco hace dos días en Lisboa: “Dios te ama como eres y no como quieres ser”. No la vale la pena el esfuerzo de ser casto, dirá Gabo, si Dios me ama tal como soy.
El problema no es solamente que esta postura es frontalmente contraria a lo que enseña la Escritura, la Tradición y el Magisterio, sino que estamos frente otro problema: una concepción equivocada de la felicidad y de la misma vida. Dice Gabo que “la felicidad es una actitud ante la vida, que consiste en elegir”. Y eso es un error conceptual. En todo caso, la actitud ante la vida que consiste en elegir es la libertad. La felicidad se encuentra en la actualización de nuestras potencias de acuerdo a nuestra naturaleza que, entre otras cosas, consiste en ser varón o mujer y, sobre todo, en ser seres plenamente intelectuales o racionales. Consiste en vivir de acuerdo a la naturaleza y regidos por la razón; consiste en llegar al “conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13), y todo eso no se consigue “viviendo en pareja”. Se consigue siendo virtuoso y obedeciendo los mandatos de Dios, nos gusten más o menos, y nos resulten más o menos comprensibles. En última instancia es una cuestión de fe: si creemos en Dios, debemos obedecerle, y nadie dijo que eso fuera fácil. Si no lo obedecemos, nuestra fe entonces es débil, o falsa. Es decir, es otra fe.
Emotivismo, puro emotivismo. Si el criterio de felicidad y de seguir el “llamado a la felicidad” que nos hace Dios debiera pasar necesariamente por tener una “vida de pareja”, ¿a cuántos dejamos en el camino como pobres infelices? Santa María Goretti, a quien asesinaron antes de llegar a la edad de casarse; santa Liduvina que pasó su vida postrada en una cama, o el beato Contardo Ferrini, que fue soltero, por nombrar a los que se me viene ahora a la cabeza.
San Pablo decía a los colosenses: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. Pareciera que ahora, con tal de poseer los bienes de abajo, es lícito incluso quebrantar la ley de arriba, o ley divina. Nuestro mundo ha proclamado el derecho humano al coito, que no pude ser conculcado por nadie, ni siquiera por Dios, y al que deben acceder todos, aún aquellos que renunciaron a él por un voto de castidad que sería inválido por retrógrado. Y no me extrañaría que fueran varios los religiosos/as que justifiquen en su conciencia el quebrantamiento de sus votos apelando a tal derecho.
No se trata de señalar con el dedo a Gabriel. Ciertamente es sincero cuando dice que quiere ser un buen cristiano, pero ha sido confundido por quienes, como Mons. Gabriel Mestre, debieran haberle mostrado el camino de la verdadera libertad.
Las máscaras van cayendo y la bruma se va aclarando. Ya vemos más claramente quiénes están en la Iglesia, puesto que conservan la fe de los apóstoles, y quiénes se están separando de ella, porque han preferido la fe del mundo.
The Wanderer
P.S. 1: Un detalle interesante. Mons. Mestre dice textualmente: “La perspectiva de Francisco, que está totalmente instalada en nuestra iglesia, donde un divorciado en nueva unión puede acercarse a confesarse y a comulgar si quiere con total y absoluta libertad. Eso hasta hace siete años no se podía y ahora se puede de manera totalmente libre”. Hasta hace siete años, no se podía; luego, con Amoris letitiae, se podía sólo despué de recorrer un camino de discernimiento acompañado por un sacerdote; ahora “se puede de manera totalmente libre”. La velocidad de la apostasía no pueden ya negarla ni los más empecinados optimistas.
P.S. 2: Vista la veloz flexibilidad en las condiciones para acercarse a comulgar, y visto que para Mons. Mestre, según deja entender en la entrevista, [“…(el sexo de la persona con la que cada cual se casa y se acercan a la Iglesia) no aparece porque no debería aparecer; porque debe ser algo natural en la vida de las comunidades”], da lo mismo el sexo de la pareja con la cual se mantengan relaciones, cabe preguntarse si, dentro de poco, no dará lo mismo también la edad o la especie de esa pareja.