En esta breve nota lo que llamo la “otroeidad” de la Iglesia es el resurgimiento de la Iglesia de siempre, la que desean los despreciados por Roma como “indietristas”, imponiéndose a la “Iglesia de la propaganda”, que disfruta del oficialismo progresista. Esa otra Iglesia está poblada especialmente de jóvenes; es por eso que a ella le aguarda el futuro, según los designios inescrutables de la Providencia Divina. Me apropio de la posición representada hacia la mitad del siglo XIX por Soeren Kierkegaard, quien criticaba al protestantismo de su tiempo, en Dinamarca, distinguiendo al cristianismo del Nuevo Testamento de la Cristiandad sostenida por el Estado, y financiada por él.
En diversos países asoma esta “otra Iglesia”, en la que reinan la ortodoxia doctrinal, y una liturgia exacta, solemne, y bella. La predicación, la catequesis, y los sacramentos recuerdan lo que era normalmente en tiempos mejores, pero no asume la rutina de lo que sería una mera repetición. En la Iglesia verdadera así recuperada, sacerdotes excelentes acompañan, respaldan, y alimentan a las legiones de jóvenes, que son los auténticos protagonistas de la resurrección eclesial. No es esta “otra” Iglesia la concentración del “devoto sexo femenino”; según una recta versión de la “perspectiva de género” la novedad es la presencia varonil. Una realización reciente es el Rosario de hombres, que se verificó en más de 40 países; en Buenos Aires, en el segundo año consecutivo, más de 500 hombres han rezado de rodillas el Rosario, en la plaza de Mayo, ante la sede del gobierno nacional. Rogaron a la Virgen por la suerte del país. El asombro de turistas y de porteños de los barrios, que hacían turismo en el centro, era notorio.
Un aspecto digno de especial mención es que en esos contingentes que señalan la “otroeidad” de la Iglesia no se registra un especial apego a la “Misa de antes”, y al uso exclusivo del latín. Tampoco se impone la crítica al Concilio Vaticano II. La normalidad es la regla, en lo que se ve que la “otroeidad” no aparece como una cosa rara, y extravagante.
No hay Iglesia sin episcopado. El futuro de la “otroeidad” requiere simplemente que algunos obispos, silenti opere, sin llamar la atención, abran sus diócesis para que espontáneamente se integren en ellas los fieles laicos que constituyen aquellos movimientos que van surgiendo en los diversos países. La discreción es fundamental, para que el oficialismo progresista no active sus recursos de proscripción. Un problema aún irresuelto es dónde podrán formarse las vocaciones sacerdotales que vayan surgiendo. La historia reciente muestra que la imposición del progresismo tuvo como germen la corrupción del Seminario tradicional. Este fenómeno ha sido una de las características del período posconciliar, aunque en muchos países se verificó al conjuro de los intentos del “aggiornamento”, contemporáneos al Vaticano II. Sería natural que entre los jóvenes surjan vocaciones sacerdotales, ¿dónde se formarán? En su momento se han intentado alternativas a la estructura tradicional del Seminario; no han dado la solución esperada. En realidad, se podría recurrir nuevamente a aquella estructura que no es mala de suyo, y puede adaptarse a situaciones diversas. El factor clave es la inspiración, el espíritu, lo cual depende de cómo el obispo concibe la organización de su diócesis. Se trata del espíritu de su propio ministerio. El obispo debería ser el responsable directo del Seminario, aunque se valga de la participación de sacerdotes bien preparados, y que asuman sinceramente la orientación que el obispo desee implementar.
Normalmente las vocaciones surgen en el ámbito de una seria pastoral juvenil. Parece, a priori, ocioso diseñar un proyecto de pastoral juvenil. Basta más bien estar atentos a la obra de Dios entre los jóvenes de esa “otra Iglesia”, que providencialmente florece en los diversos países y ambientes. En la Jornada Mundial de la Juventud, el Sumo Pontífice equivocó completamente su discurso. En lugar de anunciar a Jesucristo, o por lo menos ofrecer una invitación a la plenitud de la condición humana, habló del “cambio climático”; ese fue su mensaje: acompañar tal circunstancia. Tenía ante sí a unos 800.000 jóvenes de todo el mundo.
Para mensurar el calibre del despiste de Roma basta recordar el mandato de Cristo a los Apóstoles: hacer que todos los pueblos sean discípulos suyos, y se configuren como naciones cristianas. El «pequeño rebaño» que es la Iglesia, debe poblar el mundo entero mediante la aceptación de la fe y el Bautismo. La «otroeidad» de la Iglesia es una especie de fermento, del cual puede crecer el cristianismo auténtico, el cristianismo según el espejo del Nuevo Testamento. El tema del «cambio climático», y la «deforestación», entre otros asuntos, son actualmente la prioridad de la Iglesia oficial; es un capítulo más de la primacía que se otorga a los problemas culturales, sociales y económicos. Ha surgido actualmente otro mito: la ideología sinodal, que apunta a incorporar la Agenda 2030 de la mundialización.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, lunes 14 de agosto de 2023.
San Maximiliano Kolbe, presbítero y mártir.»