El presidente de los Estados Unidos, Biden, el canciller de Alemania, Scholz, la primera ministra de Italia, Meloni, el primer ministro del Reino Unido, Sunak, y el presidente de la República Francesa, Macron, han firmado una declaración conjunta de apoyo al Estado de Israel y de condena a Hamás por sus «atroces actos de terrorismo». El presidente en funciones del Gobierno de España no ha podido firmar el documento porque está preocupado por los abucheos de pueblo llano que van a regalarle el 12 de octubre a su llegada a la plaza de Neptuno en Madrid para asistir al desfile militar del Día de la Hispanidad presidido por el Rey.
Y lógicamente, los cinco mandatarios firmantes del manifiesto han comprendido su zozobra. «No podemos esperar a que se decida, porque está con la coña de los abucheos», ha apuntado Meloni con su habitual sentido del humor.
Y así es. Además, Sánchez no estaba seguro de que fuera conveniente su rúbrica de jefe de la Sección de Gabardinas de los almacenes Sepu. Una de sus vicepresidentes del Gobierno, a la vez que delegada de Hamás en Fene, Yolanda Díaz, proclamó con dramático histerismo y cólera su antisemitismo. Y la subdelegada en Madrid, Mónica García, boicoteó el minuto de silencio que la Asamblea de Madrid propuso en memoria y homenaje por las víctimas de la guerra iniciada por Hamás.
Como una y otra son ultrafeministas, bueno es recordarles las palabras de una mujer excepcional, primera ministra de Israel en los durísimos años de sus primeros pasos como Estado. En esas palabras, saturadas de dolor, Golda Meir, cuya figura deja en tangas silvestres a las meminazis de nuestro feminismo oficial, retrata la realidad del problema árabe-israelí. «Podemos perdonar a los árabes por matar a nuestros hijos. No podemos perdonarlos por obligarnos a matar a los suyos. La Paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros».
Golda Meir nació en Kiev, la capital ucraniana sangrada por el comunismo soviético y el neocomunismo de Putin 45 años después de su muerte. No necesitó lechos ardientes y ardidos, ni concesiones físicas para convertirse en una de las mujeres más grandes del siglo XX. Cuando se creó el Estado de Israel ya estaba formada, preparada y dispuesta para ser su jefe de Gobierno. Llegó a Israel con un rublo en el bolsillo y falleció con ese mismo rublo que ya no servía para nada. Golda Meir no fue sólo una heroína de Israel, sino de todo el mundo libre. Vivió en los «kibut» agrarios y fue el objetivo principal del terrorismo antisemita. Quizá Yolanda Díaz, o Irene Montero, o cualquiera de las chupirrojis, han leído algo sobre ella, su vida, su coraje, y su honestidad. Probablemente no, porque no han leído nada. Pero si alguien, inmersa en la brutalidad del odio, supo salir airosa de la degradación física e intelectual que el odio procura, fue Golda Meir, que jamás gastó un dólar en vestidos de moda y bolsos lujosos, siempre de negro, que parecía vestir una bata desgastada de luto, alejada de poses y cinismos, y tan herida por los muertos de Israel como por los muertos de sus enemigos.
Le recomiendo a Pedro Sánchez que regale biografías de Golda Meir a sus farsantes y cómodas guerrileras. Claro, que para él, todo está detenido hasta que pase el desfile. Sólo le preocupan los abucheos.