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viernes, 22 de noviembre de 2024

Cecilia, aquella apasionada mujer que fue torturada y degollada por convertir a los suyos



Hay personas en la historia que parecen estar hechas de una madera especial. No solo por su carisma, liderazgo o capacidad de resistencia frente a la persecución, sino porque, con una imperturbable confianza en algo más grande que ellos, decidieron llevar adelante un plan que, a ojos de los demás, podría haber parecido condenado al fracaso desde el principio. Personas como Tomás Moro, Francisco de Asís o Juan Pablo II pudieron haber elegido un camino más cómodo, que sin duda les habría facilitado la vida.

Oponerse, con un silencio coherente, a los deseos de un rey y, como consecuencia, ser encarcelado y decapitado, no es algo que atraiga a nadie. Dejar la vida acomodada de 'niño bien', tirar por la ventana las riquezas de la familia y vivir, literalmente, en la pobreza más extrema, tampoco parece una historia ganadora. Convertirse en Papa y tener el coraje de desafiar al telón de acero, arriesgándose a las amenazas de un país comunista, es una jugada arriesgada. Sin embargo, a pesar de que sus opciones parecían limitadas, estos personajes ganaron el mayor premio de todos: la santidad.

Uno de esos personajes, de los primeros siglos del cristianismo, también estuvo hecho de esa misma madera. Se llamaba Cecilia. Era una noble dama romana, cristiana a pesar de la incomprensión de su familia, con un corazón sensible hacia los acordes melodiosos que, en su momento, le recordaron la belleza de Dios y la acercaron a Jesús en medio de una persecución que le llevarían a un largo y atroz martirio.

La información más antigua sobre ella proviene de las Actas de Santa Cecilia, escritas en latín hacia el año 480, lo que confirma que la Iglesia romana ya la conmemoraba en esa época. Según las Actas, Cecilia nació en una familia romana noble. Desde pequeña, abrazó la fe cristiana y llevó una vida de profunda devoción. A pesar de la resistencia de sus padres, quienes no compartían sus creencias, fue comprometida en matrimonio con un joven noble pagano, Valeriano. Durante la celebración nupcial, Cecilia le reveló a su esposo que había entregado su virginidad a Dios y que un ángel la protegía.

Intrigado, Valeriano pidió ver al ángel y, tras convertirse al cristianismo, recibió su visión. Juntos, Cecilia y Valeriano vivieron en castidad y dedicación religiosa, y con el tiempo, el hermano de Valeriano, Tiburcio, también abrazó la fe cristiana.

Pero la persecución contra los cristianos se intensificó, y Valeriano y Tiburcio no pudieron evitarla. Ambos fueron arrestados y sentenciados a muerte por orden del prefecto Turcio Almaquio. Máximo, un funcionario encargado de ejecutar la sentencia, se negó a cumplirla, pues él mismo había abrazado la fe cristiana. Ante su negativa, el prefecto ordenó su ejecución junto a la de los hermanos. Cecilia, fiel a su devoción, recogió los cuerpos de los tres mártires y los enterró conforme a la tradición cristiana.

Poco después, Cecilia también sufrió las consecuencias de la persecución. Fue arrestada y se le ordenó rendir culto a los dioses romanos, a lo que ella se negó rotundamente. Como castigo, fue condenada a morir ahogada en la fuente de baño de su casa, pero sobrevivió.

La condena de Cecilia fue aún más cruel: la sumergieron en un recipiente con agua hirviendo, pero milagrosamente permaneció ilesa, resistiendo las llamas sin sufrir daño alguno. Ante tal inexplicable resistencia, el prefecto ordenó que la decapitaran en el mismo lugar. El verdugo, incapaz de cumplir con su tarea, intentó tres veces cortar su cabeza, pero no logró separarla del cuerpo. Desesperado, huyó, dejando a la santa bañada en su propia sangre, lo que prolongó su sufrimiento hasta tres días más, según cuenta la tradición. En ese brevísimo tiempo, Cecilia continuó haciendo limosnas y dispuso que su casa se convirtiera en templo.

El cuerpo de Santa Cecilia permaneció intacto durante siglos, siendo hallado en las catacumbas de San Calixto en 820, milagrosamente preservado y cubierto por una túnica de oro. El Papa Pascual I trasladó sus restos a la basílica de Santa Cecilia en Trastevere, donde, en 1559, se realizó una restauración que reveló su cuerpo en perfecto estado, con el rostro inclinado hacia el suelo y los dedos de las manos señalando la Santísima Trinidad, lo que añadió un halo místico a su figura.

¿Por qué Cecilia es patrona de los músicos?

Santa Cecilia fue proclamada patrona de la música y los músicos en 1584 por el Papa Gregorio XIII, debido a la estrecha asociación que su figura adquirió con el arte musical. Sin embargo, el origen de su patronazgo sobre la música y los músicos sigue siendo incierto. ¿Podría ser a que Cecilia cantaba a Dios en su corazón? Este acto de rezar con toda el alma, en silencio y devoción, podría haber inspirado la conexión.

Las Actas de Santa Cecilia describe cómo, durante su boda, mientras sonaban los instrumentos, Cecilia cantaba en al Señor, pidiendo la pureza de su cuerpo y su alma. Este canto, más allá de la música, reflejaba su profundo amor por Dios. Es probable también que, como parte de la educación de las jóvenes de familias aristocráticas romanas, Cecilia haya aprendido a tocar algún instrumento musical, como la lira o la cítara, y es por eso que siempre se le representa con uno de esos instrumentos.