Muchas veces pienso cuál es el mayor daño que Zapatero, Rajoy y Sánchez —los considero la misma línea temporal y argumental—, han hecho a España. Descuento, por supuesto, la corrupción, que ha sido y será muchísima. Es más, aunque no lo creamos, nunca se llega a conocer toda la porquería que habita debajo de las moquetas de los despachos. Pienso en el día que se levanten las alfombras de las instituciones vascas y me pongo a estornudar que no hay antihistamínico en este mundo capaz de aliviarme. Me veo en urgencias pinchándome urbason. Cualquier lugar pequeño donde un mismo partido haya gobernado mucho tiempo es nido de ácaros como elefantes.
Yo hablo de males irreparables. De esas leyes concebidas para cumplir con el deseo de Alfonso Guerra —ahora, El Güeno— de que no reconozca a España ni la madre que la parió. De los asaltos a las instituciones, los indultos, la amnistías y todos los horrores incontables. Arfonzo, se ha cumplido, enhorabuena. Pero yo siempre he creído que la peor, la más letal, la más profunda en su capacidad de destruir la sociedad española desde sus cimientos es la ley de memoria histórica, democrática o lo que sea eso.
No hay nada más doloroso que la guerra fratricida. No existe en el mundo nada que saque lo peor del hombre que una guerra civil, aquella que llevó a delatar al vecino porque le tenías envidia, porque te quitó una novia o por un antiguo contencioso por una finca. Cualquier juego con este asunto demuestra un nivel de miseria moral difícil de encontrar entre personas normales. Si nuestros abuelos estuvieran vivos, cogerían a más de uno por las solapas, empezando por el siniestro Sánchez, y le dirían algo así como «qué cojones estás haciendo, gilipollas, asómate a esa fosa». Politicuchos de medio pelo utilizando el peor de los dramas, el mayor de los dolores para confrontar de nuevo a los españoles y ganar elecciones.
¿Qué pretende Sánchez con los más de 100 actos previstos sobre Franco para el año que viene? ¿Hacer justicia a alguien? No, hombre, no. En el annus horribilis judicial que le espera, en el que él, su mujer y su entorno inmediato puede ir a la cárcel, se va a montar un parque temático franquista tras el que esconderse y parapetarse del trabajo que vayan a hacer los jueces. Que descuiden en Ferraz que ya les hago yo el argumentario en dos líneas: «La judicatura fachosférica nos ataca y nos montan un lawfare de esos de manual porque nosotros le decimos la verdad al pueblo sobre Franco y ellos son franquistas no, lo siguiente». Todo esto dicho por Marisú Montero queda mucho más contundente. Aplausos e indignación entre el público. «Y si usted no piensa así es que es usted un franquista también». Puede sonarle muy burdo, pero esto entre mucha gente funciona así. Maniqueísmo puro y duro.
Ya lo dijo el otro día Diana Morant, recién bajada del Mayflower a juzgar por su vestimenta, que estamos los que nos llamamos del bando vencedor —se ha debido quedar en el Plymouth de 1621— y los del bando demócrata que son ellos, la pureza. El PSOE jamás, jamás, ha soportado que exista una oposición. Recuerden, amigos míos, que el rottweiler ya se lo sacó Felipe González —tan añorado por Feijóo, el 99,99999999999% del PP y la llamada prensa de centroderecha— a Aznar en unas elecciones. Hablaba antes de Guerra, pues estos dos, Felipe y Alfonso han votado a este PSOE hasta las últimas elecciones. La manía del centro derecha, o lo que sea ello, de exaltar a quien los desprecia como deporte nacional —o estatal, si prefieren—.
De lo que se trata, y va a peor, es de llevarnos al límite. Nuestros padres y abuelos, los normales, nos enseñaron que la guerra fue un horror y un espanto y que se debía olvidar. Una cosa es conocerla desde un punto de vista histórico, en plena libertad, y otra es guardar viejos rencores y que los tataranietos —ojo, que ya hablamos de tataranietos— mediatizados por una enseñanza sectaria, mentirosa y televisada vayan a vengar a sus tatarabuelos. ¿Estamos locos o qué? ¿Nadie les va a decir que se están sirviendo de ellos para que un patán sinvergüenza con su mujer y una trama interminable se vaya de rositas tras destrozar un país? Pues tendremos que decirlo nosotros.
Yo abogo por que cada uno piense lo que le dé la gana sobre Franco, que lea lo que quiera, que no haya censura, que haya debate de todo tipo, ¿qué tipo de democracia dicta el pensamiento de cada persona? ¿Pero qué broma es esta? Y si quieren que hablemos de Franco porque han declarado el año 2025 su año, pues hablaremos de Franco, y de la malhadada II República, y de las matanzas de religiosos, porque o hablamos todos en busca de la verdad o cerramos el chiringuito, pero esto de que unos nos callamos y ellos establecen la dictadura de pensamiento a estas alturas, pues miren, no.
Carmen Álvarez Vela
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM.
En la batalla cultural.
Española por la gracia de Dios.