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jueves, 23 de enero de 2025

Así es la rosa



“No la toques ya más, que así es la rosa”, dice un feliz verso de Juan Ramón Jiménez. Es un buen consejo, que todo pintor, escritor y artista debería tener muy presente: cuántas veces una pintura, un libro o una obra de arte se estropean porque el autor se empeña en seguir haciendo cambios cuando ya no hay que tocarla más. Así es la rosa y no la vas a mejorar.

El consejo, sin embargo, no vale solo para artistas y los católicos haríamos bien en meditarlo también. En efecto, una tentación que siempre ha estado presente en la historia, pero más que nunca en nuestra época, es la de hacer cambios en la fe para “mejorarla”: quitamos esto, cambiamos un poquito aquello, añadimos esto otro y todo va a quedar mucho mejor, ¿no es cierto?

La amarga experiencia de incontables herejías indica que no, no es cierto. Las modificaciones, sustracciones y añadidos no mejoran la fe, sino que la destruyen. A fin de cuentas, al igual que sucede con las rosas, la fe es un regalo de Dios y no resulta mejorable. No las toques ya más, que así son la fe y la rosa. Cualquier cambio que hagamos en la fe para mejorarla lo único que hace es que sea menos de Dios y, por lo tanto, peor, porque todo don perfecto viene de arriba.

En épocas pasadas, todos los cristianos tenían esto muy claro. Incluso los mismos herejes pretendían, equivocadamente, que ellos eran los que estaban conservando la fe de siempre. Ahora, sin embargo, ha surgido un nuevo tipo de heterodoxia que cambia orgullosamente la fe, en vez de avergonzarse de ello.

En efecto, el criterio, en vez de la fidelidad a Cristo y a su Revelación, parece ser hacer la fe más moderna, más relevante, más agradable al mundo, más políticamente correcta. Hasta donde puedo ver, los que se empeñan en hacer esto fracasan miserablemente, porque nada pasa de moda más rápido que las modas y nada produce mayor vergüenza ajena que el intento de ser modernos a cualquier precio. Lo importante, sin embargo, es que incluso aunque consiguieran su propósito e hicieran la fe más moderna y agradable al mundo, precisamente por eso estarían traicionándola y haciéndola menos divina, menos verdadera y menos salvífica. Como si cambiaran las medicinas por caramelos, más agradables pero sin ningún poder para curar.

Al igual que nuestra Señora, la Rosa Mística perfecta e inmaculada, la fe que vale más que el oro es un regalo perfecto, que nos supera infinitamente y es exactamente lo que necesitamos para curar la herida mortal del pecado y de la muerte que sufrimos. Por eso, la actitud ante ambas, la fe y la Rosa, solo puede ser el asombro agradecido, la admiración y la contemplación que suscitan esas obras maestras que Dios nos ha entregado.

BRUNO MORENO