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lunes, 13 de enero de 2025

El Vaticano contra las Servidoras: un castigo que clama al cielo


INFOVATICANA


Otra vez, el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica apunta su maquinaria represiva hacia uno de los institutos más florecientes de la Iglesia.

El reciente decreto contra las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará no es solo una intervención, es un golpe despiadado: prohíben la admisión de nuevas vocaciones durante tres años. Tres años sin poder recibir a jóvenes que quieren entregarse a Cristo. ¿Es así como Roma piensa cuidar la vida consagrada?

Es imposible no leer esto con indignación. Mientras algunos institutos agonizan sin vocaciones, porque han vaciado su carisma hasta la irrelevancia, a las Servidoras, que llevan el Evangelio hasta los confines de la tierra, se les cierra la puerta. Es una burla. Las acusan de «falta de formación» y de «gobierno inexperto». ¿Y cuál es la solución? Asfixiarlas, condenarlas al silencio y al estancamiento.

Si el problema fuera realmente la formación, ¿no sería más sensato enviar más recursos, mejorar los procesos, pero sin detener la labor misionera? Pero no. Aquí se evidencia un patrón claro: la única respuesta es castigar. Quieren disciplinar a los pocos que aún creen en el sacrificio, en la pobreza y en la obediencia de verdad.

¿Qué mal hace una congregación que crece y lleva esperanza donde nadie más se atreve? Esto no es ayuda, es un intento de desmantelamiento. Es el cierre forzoso de puertas y ventanas para dejar que el polvo del olvido y el tiempo hagan su trabajo. Y mientras tanto, ¿dónde están las intervenciones para quienes desvían la fe desde cátedras y púlpitos? ¿Dónde está la prohibición de aceptar más postulantes en esos lugares donde la formación es pura ideología y activismo?

Esto clama al cielo. Tres años es una eternidad para un instituto religioso. Con esta decisión, muchas jóvenes perderán la oportunidad de consagrar su vida. Muchas almas quedarán sin respuesta.

Que nadie se engañe: este decreto no busca proteger. Es una purga disfrazada de corrección. Un golpe más en la cruzada contra todo lo que aún brilla con la luz del Evangelio auténtico.

Lo que queda es rezar para que este suplicio termine pronto y que la Iglesia despierte antes de que se extingan quienes aún la aman y luchan por ella.

Jaime Gurpegui