El mundo es como es: valle de lágrimas. Muchos momentos difíciles e incluso dolorosos y algunos felices.
Nuestro Señor lo resumió diciéndonos que cargáramos cada cual con nuestra cruz de cada día; sí, de cada día o de cada instante. Ergo, cruces habrá hasta el final de nuestra existencia.
La vida está repleta de cruces, de adversidades, también tiene numerosas bonanzas, pero son más las primeras. Incluso cuando todo va bien… algo llega y lo empaña.
Pues bien, siguiendo como siempre a Nuestro Señor, y no sólo para saber sobrellevar la adversidades, las cruces, sino para sacarles rédito espiritual y mejor aún convertirlas en un tesoro allí donde no hay ladrón, ni gusano que lo robe o corroa, nada mejor que «curtificación»; sí, como lo leen: curtificación.
En la adversidad, en la cruz, hay que santificarse, pero, al tiempo, curtirse; o, si lo prefieren, curtirse y santificarse.
La adversidad, si la sabemos aprovechar, nos fortalece, nos enseña, nos hace reaccionar, nos curte.
Y la adversidad, asmida por amor a Dios y aceptándola como parte de Su voluntad hacia nosotros, nos santifica.
Aprendamos a curtificvarnos con la adversidad. Ensemos a los que nos rodean a ver en la adversidad una gran oportunidad de curtirnos y santificarnos, de curtificarnos.
JUAN CRUZ