Las negociaciones directas entre Washington y Moscú sobre el futuro de Ucrania evidencian, una vez más, la absoluta irrelevancia de Europa en los asuntos que marcarán su destino. Por mucho que Francia, Gran Bretaña o Alemania se empeñen en reuniones, gestos grandilocuentes, y declaraciones vacías, lo cierto es que Europa ya no tiene asiento en la mesa donde realmente se decide su porvenir.
Y esto por fin lo ha visto Europa. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha dejado claro lo que muchos intuían: Europa y el mundo se enfrentan a un cambio de era. En su discurso más bélico hasta la fecha, pronunciado el pasado 18 de marzo en la Real Academia Militar Danesa, la líder comunitaria asumió la llegada de un Nuevo Orden Mundial, en el que el Viejo Continente ya no ocupará un papel protagonista. Europa será, a partir de ahora, un actor secundario en el tablero internacional dominado por Estados Unidos, Rusia y China.
El mensaje de Von der Leyen no deja lugar a dudas. La propia presidenta reconoció la dureza de sus palabras y la necesidad de que los europeos despierten de una vez por todas ante la gravedad del momento. «Puede que deseemos que estas cosas no sean verdad. O que no tuviéramos que decirlas tan claramente. Pero ahora es el momento de hablar con sinceridad para que todos los europeos entiendan lo que está en juego. Porque la incomodidad de escuchar estas palabras palidece ante el dolor de la guerra. Si no, que se lo pregunten a los soldados y al pueblo de Ucrania. La cuestión es que debemos ver el mundo tal y como es, y debemos actuar de inmediato para hacerle frente. Porque en la segunda mitad de esta década y más allá se formará un nuevo orden internacional«, afirmó sin rodeos Von der Leyen.
Estas palabras, pronunciadas en un lugar simbólico y estratégico como la Real Academia Militar Danesa, son la constatación de que Europa está perdiendo su peso en la geopolítica mundial. Mientras Estados Unidos reorienta su estrategia hacia el Indo-Pacífico, la Unión Europea se ve forzada a asumir que su época de influencia ha terminado. Von der Leyen lo dijo con claridad: es el momento de que «los europeos entiendan lo que está en juego«.
El anuncio va más allá de la retórica. Se trata de una advertencia directa: la historia de Europa se está reescribiendo y el margen de maniobra se reduce cada día. La propia Von der Leyen señaló la fecha límite que Bruselas se ha marcado: el año 2030. Para entonces, Europa espera poder definir su posición en este Nuevo Orden Mundial que ya no girará en torno a los valores ni a los intereses del Viejo Continente.
La realidad es que el mundo se encamina hacia un escenario dominado por tres potencias: Estados Unidos, Rusia y China. Europa, en cambio, queda relegada a un papel de mero espectador.
Este giro en la política internacional obliga a los países europeos a replantearse su papel y su defensa. La Agenda 2030, lejos de ser un plan de prosperidad, se perfila como la hoja de ruta para gestionar la decadencia europea y asumir su rol secundario en el concierto de las naciones.
Las palabras de Von der Leyen son una rendición en toda regla ante la nueva realidad global. Estados Unidos deja de ser el escudo de Europa y el mensaje es claro: «La incomodidad de estas palabras palidece ante el dolor de la guerra». Si Europa quiere sobrevivir, debe actuar ya, aunque todo apunta a que solo le queda esperar su turno mientras otros deciden su futuro.
El tiempo se agota y Von der Leyen lo sabe. La Unión Europea se enfrenta al mayor desafío de su historia reciente, un desafío que evidencia el fracaso de unas élites más preocupadas en imponer su ideología globalista que en defender los verdaderos intereses de los europeos. La propia Ursula von der Leyen ha reconocido el fracaso del modelo globalista que durante décadas se nos ha querido imponer. En palabras de la presidenta de la Comisión Europea, «La visión de un mundo destinado a una cooperación cada vez más estrecha y hacia una hiperglobalización se ha quedado desfasada.» Una afirmación que no deja lugar a dudas: la hiperglobalización ha fracasado, dejando a su paso sociedades desarraigadas, economías dependientes y naciones sometidas a intereses ajenos.
Hoy más que nunca, la soberanía nacional y la defensa de nuestras tradiciones deben ser la prioridad frente a quienes aún pretenden disolver nuestras identidades en un proyecto global sin alma ni raíces. Pero mientras los burócratas de Bruselas miran aún hacia 2030 y su agenda globalista, Estados Unidos, Rusia y China ya están moldeando el nuevo mapa del mundo.