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martes, 11 de marzo de 2025

La popularidad de la ceniza (BRUNO MORENO)



El otro día leí en algún sitio que un sacerdote se quejaba de la popularidad del Miércoles de Ceniza. Con razón, señalaba que cualquier domingo de Cuaresma es más importante que el Miércoles de Ceniza y se preguntaba por qué iba más gente a recibir la ceniza el miércoles que a Misa esos domingos.

Por supuesto, no es mi intención criticar al sacerdote, que tenía razón y, además, si no recuerdo mal, era ortodoxo y benemérito. Hablando en general, sin embargo, me llama la atención que justo cuando la Iglesia se declaró a sí misma “experta en humanidad” (cf. Populorum progressio, Pablo VI), los clérigos parezcan haber perdido cualquier conocimiento de lo que es la naturaleza humana.

La respuesta de la pregunta que se hacía el sacerdote es muy sencilla: a los fieles nos encantan los sacramentales. Puede que muchos no sepan siquiera lo que son los sacramentales, pero lo cierto es que nos encantan y notamos con desazón su intencionada ausencia desde hace muchas décadas. Tenemos hambre de sacramentales.

Los cristianos no somos ángeles, sino seres humanos, con cuerpo y alma, así que, comprensiblemente, nos gustan las cosas materiales que podemos ver y tocar. Tenemos, en ese sentido, predilección por lo concreto sobre lo abstracto e, instintivamente, sabemos desde pequeñitos que se puede llegar a lo invisible e intangible a través de lo visible y lo que se puede tocar.

Testarudamente, a los fieles nos gusta el sacramental de la ceniza, como signo de penitencia y conversión, de que somos polvo y al polvo volveremos. Nos encantan el agua bendita abundante y el incienso generoso, aunque parece que los curas paguen ambas cosas de su bolsillo, a juzgar por lo cicateros que a menudo son con ellas. Nos gustan los ramos del Domingo de Ramos, las campanillas en el canto del gloria, la postración el Viernes Santo, las luces de la vigilia pascual, los belenes en Navidad y los monaguillos siempre.

Diga lo que diga el Papa, a los fieles nos gusta que los ornamentos litúrgicos sean de la mayor calidad posible, porque el sensus fidei del fiel más analfabeto entiende que solo lo mejor es apropiado para el culto a Dios. Nos gusta la liturgia bien cuidada, los cantos dignos y que los cálices, copones y patenas sean de metales preciosos y no de barro, ya que en ellos se recogen el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nos gustan las flores hermosas y abundantes en honor a la realeza de Cristo y a la hermosura de nuestra Señora. Nos gustan los lampadarios y las velas de verdad, no las bombillas eléctricas.

A diferencia de los encargados de diseñar los templos modernos, los católicos de a pie apreciamos muchísimo las iglesias bonitas, que parecen iglesias y no fábricas o monstruosidades de cemento. Lejos de los minimalismos de moda, que no revelan más que una pavorosa falta de fe, alimentamos nuestra piedad con iconos, imágenes y mosaicos que sean piadosos y nos hablen de Dios, de nuestra Señora, de los santos y de los misterios de la salvación, porque una nube de testigos nos rodea. Nos gusta que los sacerdotes vistan como sacerdotes y que los religiosos y las monjas lleven su hábito, para que su misma vestimenta nos recuerde que son del todo de Dios y nos hable del cielo.

Disfrutamos cuando se bendicen medallas, casas, coches, animales e imágenes y, en general, nos gustaría que los sacerdotes bendijeran mucho más, porque hemos sido llamados a heredar una bendición. Nos gusta el crisma perfumado, nos gustaría ver bautismos durante la Misa de los domingos, que nos recuerden el nuestro, y nos gustaba la sal que se daba a los que se bautizaban, antes de que dejara de hacerse. Nos gusta besar la cruz y tocar con los dedos las cuentas del rosario. Nos gustan los santuarios, que conmemoran las acciones y los milagros que Dios ha hecho y sigue haciendo en la historia de la salvación. Nos gustan las procesiones y las peregrinaciones, porque, como dice el salmista, peregrino soy sobre la tierra.

Como es lógico, cada fiel en particular tendrá sus preferencias, pero, en conjunto, nos gustan esas cosas. Y es bueno y justo que nos gusten, porque Cristo no nos dijo “buscadme en el vacío”, sino que se encarnó por nosotros, se hizo carne de nuestra carne, para que se le pudiera ver, oír y tocar. Nuestra religión es esencialmente sacramental. Somos católicos y sabemos que nuestro cuerpo, que se ha santificado a través de esos sacramentales, un día resucitará.

A quien no le gusta todo eso, aparentemente, es a un gran número de clérigos, que se han empeñado en que los sacramentales caigan en desuso, los sustituyen por el feísmo, el minimalismo o el pobrismo, los cambian por abstracciones y consignas, los usan a regañadientes, los desprecian o, simplemente, son incapaces de entenderlos. Una vez más, se cumple que Dios ha ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños.
 
Bruno Moreno