Una marcha atrás histórica en la ideología de género
Holanda, referente histórico de la izquierda ideológica más radical en Europa, ha comenzado a despertar de su experimento ideológico. Tras décadas liderando las políticas más agresivas contra la vida y la identidad humana —desde el aborto hasta la eutanasia—, el país da ahora un paso atrás en materia trans. Es una rectificación doblemente significativa: no solo supone una victoria frente a la imposición ideológica, sino que ocurre en uno de los países más avanzados en la ingeniería social izquierdista.
La Cámara de Representantes ha votado a favor de una moción para bloquear la ampliación de la ley trans, la misma que pretendía eliminar la necesidad de evaluación psicológica para el cambio de sexo y permitirlo incluso a menores de 16 años. La iniciativa, impulsada por el partido SGP, exige al Gobierno retirar el texto en el plazo de un mes.
Lo que España quiere copiar, otros ya lo han prohibido
Mientras en España la izquierda sectaria sigue promoviendo sin freno la legislación trans, en otros países empiezan a reconocer los estragos que esta deja a su paso. La advertencia de la psiquiatra infantil Caroline Eliacheff en nuestro país fue clara: «Durante los últimos 30 años, si un menor quería cambiar de sexo se le aplicaba el denominado protocolo neerlandés: bloqueadores de pubertad y hormonas cruzadas. Pero tras observar sus resultados perniciosos e irreversibles está prohibido en Finlandia, Noruega, el Reino Unido y estados norteamericanos«.
Esta denuncia no fue escuchada por el Gobierno de Pedro Sánchez ni por la exministra, la comunista Irene Montero, que tomaron como modelo precisamente la ley trans holandesa y los protocolos experimentales de la Clínica de Ámsterdam, pionera en administrar GnRHa para bloquear la pubertad en niños. ¿El resultado? Miles de menores españoles convertidos en conejillos de indias hormonales.
Consecuencias irreversibles y ninguna responsabilidad
El mito de que estas intervenciones no tenían efectos secundarios ha sido desmontado por investigaciones científicas recientes. Los efectos son tan graves que muchos países —incluyendo potencias como Suecia, Finlandia o Reino Unido— ya han prohibido estos tratamientos en menores. Pero lo más alarmante es que nadie asumirá responsabilidades por los niños que, desde los 8 años, han sido sometidos a tratamientos irreversibles con daños físicos y psicológicos permanentes.
Holanda, al menos, ha reaccionado. La votación de su Parlamento para frenar la ampliación de la ley transgénero es una señal de que se va por buen camino. Y aunque la normativa aún no ha sido derogada completamente, el bloqueo al proyecto que buscaba facilitar el cambio de género sin control médico es un claro paso hacia la sensatez.
España sigue ciega en su fanatismo ideológico
Frente a esta ola de rectificación internacional, España sigue aferrada a su delirio sectario legislativo, promovido por el lobby trans con la complicidad de los partidos del gobierno de coalición socialista y comunista. La ley impulsada por Irene Montero no solo permite el cambio de sexo a menores sin control profesional, sino que prohíbe a los padres oponerse, criminaliza la objeción de conciencia de los médicos y persigue toda crítica como discurso de odio.
Mientras Holanda rectifica, en nuestro país se aplaude la mutilación hormonal y quirúrgica de menores como si se tratara de un acto liberador. La ideología ha sustituido a la ciencia, la propaganda a la ética, y la ingeniería social a la prudencia legislativa.
La verdad se impone: los países vuelven a la razón
Cada vez más naciones abren los ojos. Holanda se suma a una lista creciente de países que han decidido recular: Suecia, Reino Unido, Finlandia, Estados Unidos… Todos ellos han sido pioneros en aplicar la agenda trans y todos ellos, tras comprobar los daños, han reculado en sus políticas.
El tiempo dará la razón a quienes defendemos la verdad, la vida y la identidad natural del ser humano. Y mientras la izquierda cierra los ojos, la realidad y la ciencia se abren paso. Porque la ideología puede maquillar el lenguaje, pero no puede borrar las consecuencias de sus actos.