He leído muchas intervenciones sobre el Papa Francisco, lo que me ha permitido tener una idea de cómo las instituciones, los políticos, la prensa y la gente común han comentado la muerte del Papa. Obviamente estoy dejando de lado la avalancha de retórica que, como siempre en estas circunstancias, llena el discurso público.
Dejo de lado esa actitud de quien (en las redes sociales) ejerce el “poder del teclado” para comunicar al mundo (muchas veces a sí mismos) principalmente el propio malestar existencial, las propias frustraciones, la falta en esencia de una mínima capacidad para medirse en el ejercicio de la reflexión, que en todo caso no nace de la voluntad sino del hábito de interrogarse sobre la existencia. Entre ellos está el componente no-vax (para que quede claro: no me he vacunado y me he opuesto a la lógica del “pase verde”) que hoy representa un verdadero desastre para cualquier reanudación seria del debate político basado en premisas racionales. En la que se arraiga una actitud resentida, burda, “primitiva”, incapaz de añadir un elemento más, por la que se aplaude la muerte del Papa recordando su (desafortunada) posición sobre la vacuna; Hay quienes las estelas químicas han producido tal confusión en sus frustrados cerebros que escriben mensajes como “Está muerto otra vez” o cosas así.
Sin embargo, más allá de estos fenómenos extraños, el hecho es que casi todo el mundo está intentando poner al Papa Francisco de su lado usando una frase suya que apoya la tesis que están defendiendo. En este ejercicio, los mejores son los llamados progresistas, que, desde lo alto de un total desinterés por la dimensión espiritual y religiosa del Papa fallecido, se complacen en subrayar su cercanía a los "últimos", a los migrantes... en definitiva, en "medir" el valor del episcopado bergogliano con el criterio de cercanía a su propia concepción del mundo, olvidando sin embargo todas aquellas declaraciones en las que Francisco expresó claramente la condena de ciertas prácticas (aborto, género...).
Pero hay un hecho, difícil de discutir, y es que bajo el papado bergogliano, más allá de la retórica de acogida y cosas por el estilo, el "mundo" entró de lleno en la Iglesia, entrando por aquella brecha que hacía tiempo que había aparecido en los muros que lo separaban de ella. Vivimos en una época que el sociólogo Emmanuel Todd ha definido acertadamente como la de “religión cero”. Al menos en nuestro Occidente. Religión cero que corresponde a una ausencia casi total en la vida cotidiana de la dimensión espiritual de la trascendencia. Un proceso que viene en marcha desde hace tiempo pero que ha ido creciendo rápidamente en los últimos años. Un proceso al que no se opuso en absoluto el papado de Francisco, durante el cual se pretendía acercar al pueblo a la Iglesia acentuando aún más su mundanidad, haciéndola más “del” mundo que “en” el mundo (del Evangelio de Mateo: “Estáis en el mundo, pero no sois del mundo. Sois para el mundo!”).
Quienes frecuentan la iglesia saben bien lo que esto significa, saben bien que en el papado bergogliano se ha llevado mucho más lejos el proceso de “mundanidad” iniciado con el Concilio Vaticano II; que ha ido en la dirección de complacer al mundo para ganar su consentimiento.
Pero, nos guste o no, cuando se trata de religión las cosas no funcionan así: las estadísticas crudas nos dicen que la llamada apertura no ha llevado a un aumento en el número de creyentes. Durante el papado de Francisco, de hecho, el número de ciudadanos que asisten a misa ha disminuido verticalmente (se estima que aproximadamente el 25% de los ciudadanos italianos asisten a misa regularmente), así como el número de bodas religiosas. Cualquiera que quiera profundizar en el aspecto estadístico debería leer los datos de Swg. Para concluir: no quiero culpar sólo a Francisco de la secularización de la sociedad, pero el hecho es que su papado no ha hecho más que exaltar el proceso.
Antonio Catalano