En un contexto internacional cada vez más dominado por la ideología de género y la imposición de postulados anticientíficos, Estados Unidos, Argentina y Hungría han marcado un precedente de sentido común y valentía.
En un hito histórico, el Parlamento de Hungría ha protegido constitucionalmente una verdad tan elemental como el binarismo de género, con 140 votos a favor y 21 en contra. El nuevo texto de la Constitución húngara consagra una obviedad científica: solo existen dos sexos biológicos, “hombre” y “mujer”. Una postura clara, firme y sin complejos frente a la ideología de género.
Si aún quedaban dudas sobre el rumbo que están tomando algunas naciones, durante la reciente conferencia anual de la Comisión de la ONU sobre la Mujer, Estados Unidos y Argentina reafirmaron que solo existen dos géneros: masculino y femenino. Una afirmación que responde no solo a criterios biológicos y científicos, sino también al respeto por la verdad, la lógica y la libertad frente al dogmatismo ideológico.
El representante de EE.UU. ante Naciones Unidas fue tajante al afirmar: “sólo hay dos géneros”, y declaró que su país únicamente respaldaría una declaración que empleara un “lenguaje claro y preciso que estableciera que las mujeres son biológicamente mujeres y los hombres son biológicamente hombres”.
En la misma línea, el diplomático de Argentina reafirmó la binariedad sexual en términos claros: hombre y mujer. Un planteamiento que contrasta abiertamente con el discurso cada vez más confuso y contradictorio de la ONU, atrapada en su propio entramado ideológico, de ingeniería social y terminología ambigua.
Es un triunfo que, frente a la dictadura cultural promovida desde los foros internacionales, EE.UU., Argentina y Hungría se hayan erigido en referentes de claridad frente a la confusión y el sectarismo globalista. Han recordado algo elemental: las categorías de hombre y mujer no son construcciones sociales ni percepciones subjetivas, sino realidades objetivas, sustentadas en la biología y esenciales para la vida en sociedad.
Resulta esperanzador constatar que aún existen naciones con la claridad y el coraje necesarios para hacer frente al delirio ideológico que impera en instituciones como la ONU, cuyo propósito original —la defensa de los derechos humanos universales— ha sido desplazado por una agenda sectaria y antinatural.
Sorprende —aunque cada vez menos— el silencio cómplice de buena parte del feminismo ante estas agresiones ideológicas. Muchas de sus líderes, que aseguran defender a las mujeres, atrapadas por su propio radicalismo, han renunciado a lo evidente: si no se reconoce que solo existen hombres y mujeres, el propio concepto de mujer se desvanece. Resulta irónico que quienes dicen luchar por los derechos de las mujeres guarden silencio cuando se niega su existencia biológica. En lugar de respaldar a países como Hungría, EE.UU. y Argentina, optan por atacarlos, demostrando que su lucha no es por la mujer, sino por una ideología.
En medio del relativismo y la confusión reinantes, EE.UU., Argentina y Hungría han ofrecido una auténtica lección de sentido común y coherencia. Su ejemplo debe inspirar al resto de naciones que aún valoran la verdad, la biología y la libertad.
No estamos ante una cuestión de opinión, sino de realidad. Cuando una ideología necesita negar lo que la naturaleza muestra con total claridad —que solo existen dos géneros: hombre y mujer—, es señal inequívoca de que ha perdido todo vínculo con la razón.