El reciente acuerdo entre el Gobierno de Pedro Sánchez y la jerarquía eclesiástica sobre el futuro del Valle de los Caídos ha despertado una tormenta de indignación en ciertos sectores del catolicismo español.
Luis Felipe Utrera Molina, jurista y católico confeso, ha alzado la voz en un artículo publicado en La Razón para denunciar lo que considera una traición eclesial sin precedentes: la renuncia silenciosa a la inviolabilidad de uno de los principales templos católicos de España y la aceptación, sin resistencia, de la llamada “resignificación” del conjunto monumental.
Utrera Molina acusa directamente a la jerarquía eclesiástica de haber cedido ante lo que califica como “intenciones sacrílegas e iconoclastas” del Ejecutivo. En su denuncia, expone que se ha negociado la salida del prior Santiago Cantera, la limitación del espacio destinado al culto en la Basílica y la conversión del resto del recinto en un centro de interpretación guiado por el relato de la memoria histórica promovido por la izquierda. Todo ello —denuncia— sin que se haya defendido la esencia espiritual del enclave ni los derechos de las familias de los más de 33.000 fallecidos allí enterrados.
Desde una perspectiva jurídica, el autor recuerda que la Basílica del Valle de los Caídos goza de protección internacional como lugar de culto en virtud del Acuerdo entre España y la Santa Sede de 1979, lo que le confiere carácter de inviolabilidad frente a cualquier intervención del poder estatal. En este sentido, critica con dureza que la Iglesia haya omitido este argumento central, cediendo en la práctica a las exigencias del poder político sin la más mínima resistencia pública ni doctrinal.
Más allá de la dimensión legal, el texto de Utrera Molina es también una profunda reflexión moral. Lamenta lo que interpreta como una rendición “vergonzante” ante un gobierno que —en sus palabras— “ha hecho de la mentira y el odio su credo”. Señala que no se puede pactar con el mal, ni justificar la cesión de un cementerio religioso al Estado sin incurrir en una traición al espíritu de reconciliación y oración que inspiró la creación del Valle.
“El silencio en estas circunstancias me convertiría en cómplice de una inexplicable villanía”, escribe, apelando a la responsabilidad individual de los fieles. Su alegato no es solo una llamada de atención a la jerarquía eclesiástica, sino una exhortación a la conciencia de todos aquellos católicos que contemplan con desazón cómo la Iglesia se arrodilla —según él— ante los dictados del poder temporal, olvidando el ejemplo de los mártires que murieron sin renunciar a su fe.
En un clima marcado por la tensión entre memoria, política y religión, las palabras de Utrera Molina reabren el debate sobre el papel de la Iglesia en el espacio público y su relación con el poder. Lejos de ser una simple crítica interna, su texto es un grito de alarma sobre la desfiguración de un símbolo espiritual y la amenaza —según él— de una Iglesia muda ante el avance de la ideología y el olvido.