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viernes, 7 de febrero de 2025

La inquisición progre contra la Iglesia






Aquí vamos otra vez. Un sacerdote hace lo que debe hacer –aplicar la doctrina de la Iglesia– y los inquisidores del pensamiento arcoíris ya han sacado las antorchas.

Esta vez, la cacería de brujas se ha desatado en Arcos de la Frontera, donde un cura se ha negado a aceptar como padrino de confirmación a un hombre que, oh sorpresa, vive en pareja con otro hombre. Y claro, los sumos sacerdotes de la nueva moralidad no han tardado en dictar sentencia.

La noticia intenta validar la indignación citando una frase de Francisco: «Son hijos de Dios y pueden ser padrinos de confirmación». Pero resulta que ser hijo de Dios no equivale a tener derecho automático a ser padrino. El padrino debe ser un modelo de vida cristiana, y alguien que vive abiertamente en contradicción con la moral de la Iglesia no cumple con ese requisito. Tan simple como eso.

Si este hombre viviera en castidad, el problema ni siquiera existiría. Pero no, aquí no estamos hablando de un hombre con atracción hacia su mismo sexo que vive según la enseñanza de la Iglesia. Hablamos de alguien que vive en unión con otro hombre de manera pública, causando escándalo. Y Jesucristo es muy claro sobre el escándalo: más le valdría atarse una piedra de molino y tirarse al mar (Mt 18,6). No lo dijo Aurora Buendía ni el párroco de Arcos de la Frontera; lo dijo Cristo.

Nos venden la historia como si la Iglesia estuviera persiguiendo a los homosexuales. Falso. La Iglesia no excluye a nadie por su orientación sexual, pero sí exige vivir conforme a la moral cristiana. ¿O acaso aceptaríamos como padrinos a un adúltero público? ¿A alguien que viva en unión libre sin casarse? La lógica es la misma. Pero claro, como es un tema LGTBI, hay que hacer escándalo.

Ahora resulta que la doctrina católica debe redactarse en los despachos de asociaciones activistas, que creen que su ideología está por encima de dos mil años de enseñanza cristiana. Se exige que la Iglesia promueva la igualdad y el respeto, pero lo que realmente buscan es que la Iglesia traicione su misión y se convierta en una entidad complaciente con las modas del mundo. Pero, ¿desde cuándo la misión de la Iglesia es ajustarse a los dictados de la corrección política en vez de predicar la verdad revelada por Dios?

Aquí la única autorizada para repartir carnés de católico es la Iglesia Católica. Y no cualquier interpretación caprichosa del Magisterio, sino la que está en continuidad con la Tradición y con lo que han enseñado todos los Papas anteriores. Francisco no es una isla en la historia de la Iglesia. Y el día que intente contradecir la doctrina bimilenaria de la Iglesia, su palabra valdrá lo mismo que la de cualquier tertuliano de televisión.

La fe no es un menú a la carta

Lo que de verdad molesta a estos inquisidores progresistas no es que este hombre no pueda ser padrino; es que la Iglesia se resista a convertirse en un club social donde todo vale. Lo siento, pero no. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, no una ONG con cruz.

Y por cierto, a mí personalmente me da igual que dos tipos hagan en su vida privada. Lo que me molesta es que pretendan erigirse en maestros de moral gay y nos digan a los católicos cómo debemos vivir nuestra fe. Porque resulta que el padrino de confirmación debe ser un referente para la vida cristiana del confirmado. Y en este caso, estamos hablando de un niño sin formación cristiana que necesita un modelo de vida católica, no una clase de adoctrinamiento progre.

Por supuesto, no podía faltar la etiqueta de ultraconservador. Porque hoy en día, si un sacerdote es coherente con la doctrina, automáticamente es un fanático peligroso.

Se le acusa sin pruebas, se asume que es culpable y se le exige rectificación pública. ¿Rectificar qué? ¿Por ser fiel a la enseñanza de la Iglesia? Entonces, que rectifique también Jesucristo, San Pablo, los Padres de la Iglesia y todos los Papas anteriores.

La Iglesia no es de izquierdas ni de derechas, no es conservadora ni progresista: es católica. Y la fe no es un menú donde cada uno elige lo que le conviene. Si alguien quiere vivir conforme a la doctrina católica, es bienvenido. Pero si lo que busca es que la Iglesia se adapte a sus deseos, está en el lugar equivocado. Aquí no estamos para seguir al mundo; estamos para seguir a Cristo. Y Cristo dejó claro que hay condiciones para ser su discípulo.

Por eso, el cura de Arcos de la Frontera no ha hecho más que cumplir su deber. Y por eso mismo, la única respuesta que debería dar a quienes le exigen rectificar es esta: Non serviam.

Aurora Buendía

Francisco y su cruzada contra la tradición: entre la difamación y la censura



Si hay algo que obsesiona al Papa Francisco es el tradicionalismo. No el falso tradicionalismo de los nostálgicos que idealizan un pasado inexistente, sino el catolicismo real que sigue llenando iglesias, formando familias y aferrándose a la doctrina de siempre. Ese es su enemigo. Y lo combate con todas las armas a su disposición: desprecio, caricaturización, censura y, ahora, difamación psicológica.

En su última biografía, Francisco vuelve a demostrar que no solo rechaza la tradición, sino que la odia. No porque la entienda y discrepe con ella, sino porque no la comprende y la teme. Para él, la liturgia preconciliar no es una manifestación legítima de fe, sino una «ideología» peligrosa que debe ser restringida con mano firme. Celebrar la misa en latín, según su lógica, no es un derecho de los fieles, sino un capricho que necesita permiso expreso del Dicasterio. Porque, claro, la liturgia tradicional puede “volverse ideología”, pero la pastoralidad líquida que él impulsa —donde la doctrina se amolda a la emoción y la verdad se relativiza en nombre de la «misericordia»— no es ideología, sino «apertura».

Pero Francisco no se detiene ahí. Su ataque a la tradición no es solo teológico, sino personal. En su afán por desacreditar el mundo tradicionalista, llega a sugerir que la atracción por la liturgia preconciliar responde a desequilibrios psicológicos, desviaciones afectivas y problemas de conducta. Ni siquiera Lutero se atrevió a tanto. Según él, quienes prefieren la misa tridentina no buscan lo sagrado, sino una especie de clericalismo disfrazado, una ostentación vacía, un refugio sectario. La caricatura es tan burda que causa vergüenza ajena.

Es grotesco, pero predecible. Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha impulsado la imagen del tradicionalista como un fariseo obsesionado con las normas, incapaz de amor y compasión. Ahora, da un paso más: si sigues la tradición, es posible que estés enfermo. Pero si bendices uniones homosexuales o destruyes la moral sexual católica, eso no es ideología ni problema de conducta, sino «acompañamiento pastoral».

Y por si el ataque no fuera suficiente, añade una falacia indignante: ¿cómo es posible que alguien se escandalice por la bendición a homosexuales o divorciados, pero no por la explotación laboral o la contaminación? Porque sí, el Papa ha decidido meter el ecologismo en la ecuación, como si los fieles que defienden la moral tradicional estuvieran automáticamente a favor de la explotación de los pobres y la destrucción del medio ambiente. Es la táctica de siempre: si no estás de acuerdo con su relativismo, es que eres un hipócrita insensible a las injusticias sociales. Como si fuera incompatible preocuparse por la moral sexual y al mismo tiempo denunciar el abuso laboral.

Lo más irónico de todo es que Francisco acusa a la tradición de ser un refugio para “desequilibrados”, mientras que su pontificado ha sido una autopista para clérigos corruptos, chantajeables y con verdaderos problemas de conducta. Es el Papa que protegió a Zanchetta hasta que el escándalo fue insostenible, el mismo que ha promovido en la Iglesia una cultura de purga ideológica mientras predica sobre la inclusión y el diálogo.

Pero lo que más le molesta, y lo que explica su odio visceral hacia la tradición, es que la liturgia preconciliar sigue atrayendo jóvenes. Y eso no lo puede tolerar. No puede aceptar que, en medio del colapso de la Iglesia progresista, haya una generación que busca algo más sólido que las homilías aguadas, las misas banales y la disolución doctrinal que él impulsa. No puede admitir que hay católicos que quieren ser católicos de verdad.

Francisco nos ha dejado claro que no quiere reconciliarse con la tradición. Quiere destruirla. Quiere desacreditarla. Quiere erradicarla. Pero la historia es testaruda: la Iglesia ha sobrevivido a Papas hostiles antes, y sobrevivirá a él.

Jaime Gurpequi