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martes, 22 de abril de 2025

El Cónclave que viene: ¿Quién será el próximo Papa?



En las sombras de la Capilla Sixtina, los cardenales serán testigos y actores de una elección que marcará el futuro de la Iglesia. Como en toda gran historia, hay héroes, villanos y figuras ambiguas que podrían inclinar la balanza en una u otra dirección.

He querido esbozar tres listas: La terna de los que, modestamente, desearía ver en la sede de Pedro, los que tienen posibilidades reales, más allá de mis gustos, y aquellos cuya elección me helaría la sangre. Y, por encima de todo, hay un nombre que merece una mención especial.
Los tres que elegiría

Entre los nombres que despuntan hay tres que podrían contribuir a restablecer el daño causado en los últimos años a la Iglesia:

Willem Jacobus Eijk (Países Bajos): Un cardenal de hierro en un país que se ha convertido en uno de los cementerios de la fe en Europa. Médico y teólogo, ha denunciado sin tapujos la crisis moral de Occidente y la laxitud doctrinal en la Iglesia. Sería un Papa dispuesto a restaurar la claridad en la enseñanza y a devolver el sentido de lo sagrado.

Péter Erdö (Hungría): Primado de Hungría, intelectual de peso y con experiencia de gobierno. Su pontificado podría traer orden y estrategia en un momento de confusión.

Malcolm Ranjith (Sri Lanka): Ex secretario de la Congregación para el Culto Divino, defensor acérrimo de la liturgia tradicional y crítico con los abusos postconciliares. Benedicto XVI le tuvo en alta estima y le confió diversas tareas clave. En su país ha sabido lidiar con tensiones interreligiosas y gobernar con mano firme. En Roma, sería un Papa con el objetivo de restaurar el sentido de lo sagrado, sin miedo a desandar los caminos errados.
Los que tienen posibilidades reales

Más allá de mis preferencias, la realidad vaticana marca otras tendencias. En el tablero de poder hay tres nombres que, por distintos motivos, parecen estar en la recta final:

Pietro Parolin (Italia): El eterno candidato. Como Secretario de Estado, ha sido el arquitecto de la política diplomática de Francisco, pero su papel en el desastroso acuerdo con China debería bastar para inhabilitarlo. Sin carisma de pastor ni experiencia conocida. Un pontificado suyo podría significar una continuidad pragmática, sin grandes sacudidas, pero también sin un rumbo claro en lo doctrinal.

Matteo Zuppi (Italia): Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, mediador en conflictos internacionales y hombre de confianza del Papa actual. Su cercanía con la Comunidad de San Egidio le otorga una red de influencia global, aunque en ambas direcciones. Como sacerdote, negoció con ETA en nombre de San Egidio, y su elección supondría, en muchos aspectos, el papado de Andrea Riccardi. Es visto como un “Francisco II”, con su mismo énfasis en los temas sociales y ecuménicos, pero con una mayor capacidad de gestión.

Luis Antonio Tagle (Filipinas): Carismático, cercano y con la etiqueta de “papable” desde hace años. Escuela de Bolonia, su nombramiento como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos fue interpretado como un guiño a su candidatura. Es el rostro del catolicismo asiático y, para muchos, la continuación natural del actual pontificado.

Pierbattista Pizzaballa (Italia/Israel): El Patriarca de Jerusalén es otro de los nombres de ‘consenso’ que suena con fuerza. Su figura se ha revalorizado en estos últimos meses por su papel en la guerra de Gaza. El cardenal llegó a ofrecerse a los terroristas de Hamas a cambio de los rehenes israelíes. Su figura es vista con buenos ojos tanto por conservadores como por progresistas como un papable que sea capaz de volver a unir a la Iglesia dividida.

Timothy Dolan (Estados Unidos): El arzobispo de Nueva York podría verse beneficiado del ascenso de Trump en Estados Unidos. Dolan sabe moverse en ambientes muy variopintos y podría ser considerado por muchos cardenales como un posible sustituto que sepa entenderse con las nuevas fuerzas políticas que emergen en Occidente.
Los tres que más miedo me dan

No es cuestión de alarmismo, pero hay nombres que generan preocupación. Cardenales que podrían consolidar una tendencia ya marcada, llevando a la Iglesia a territorios inciertos:

Blase Cupich / Robert McElroy (EE.UU.): Mencionados juntos porque representan lo mismo: el ala más progresista del episcopado estadounidense. Cupich, cercano a la línea de Francisco, ha sido un promotor de la “Iglesia inclusiva”. McElroy, aún más radical, ha abogado por una moral más “flexible” y ha sido un defensor del acceso de políticos abortistas a la comunión.

Jean-Claude Hollerich (Luxemburgo): Relator del Sínodo sobre la Sinodalidad, abiertamente favorable a una revisión de la moral sexual de la Iglesia. Su elección marcaría un cambio de rumbo en la doctrina, con consecuencias imprevisibles.
INFOVATICANA

Michael Czerny (Canadá): Es prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Es conocido por sus mensajes de corte social en defensa de la inmigración y del ecologismo.

Mención especial: Robert Sarah

En esta ecuación falta un nombre que sería, sin duda, el mejor candidato: Robert Sarah. El cardenal guineano, ex Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, es un hombre de oración, con una visión clara y una fe inquebrantable. No está en ninguna de las tres ternas porque tiene categoría propia: tiene posibilidades reales, pero su perfil no encaja con ninguna de las otras clasificaciones. A su favor corre el hecho de que, con 79 años, su pontificado no sería largo, lo que podría ser un factor de consenso entre los electores que buscan evitar una guerra abierta en el cónclave.

Jaime Gurpegui

miércoles, 2 de abril de 2025

No poner la X es ayudar a la Iglesia en sus necesidades



Decía el Papa que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. Pues bien, ¡pongámonos a ello! Es Cuaresma, tiempo de conversión, y uno no puede convertirse mientras esté aferrado a sus seguridades materiales.

Si el pánico a perder privilegios y rentas públicas paraliza a nuestros pastores, hagámosles un favor: quitémoselo. Arranquémosles esa muleta en la que llevan años apoyándose para no caminar. Para no pastorear. Para no hablar. Para no molestar.

Porque no es caridad dejar que nuestros obispos vivan esclavizados por el temor. ¿Qué clase de amor sería el que consiente que un alma consagrada permanezca prisionera del miedo a perder la paguita? Si el dinero de la casilla de la Renta es la mordaza con la que se ahoga la voz profética, entonces marcar esa cruz es colaborar con el verdugo.

No nos engañemos: la mayoría de nuestros obispos no callan por prudencia evangélica, sino por pura supervivencia institucional. El dogma no es la fe de la Iglesia, sino la financiación autonómica. Y los mártires no dan votos en las subvenciones.

Así que este año, cuando rellenes tu declaración, no te líes. Esa crucecita, la de la Iglesia, déjala en blanco. Porque el quinto mandamiento de la Iglesia es ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Y hoy su necesidad más urgente es que la desposeamos, que la aligeremos, que la liberemos del chantaje institucional. Para ver si, en la indigencia, se acuerdan de Cristo. El que no tenía dónde reclinar la cabeza. El que murió en la pobreza más absoluta y en el silencio más escandaloso.

Queremos obispos que griten el Evangelio, no gerentes de fundación. Pastores, no contables. Mártires, no becarios del BOE. Si el miedo al hambre les ha hecho mudos, entonces ayunemos todos juntos. Porque a lo mejor, sin renta, sin subvención, sin voz en el Consejo Asesor del Ministerio de Igualdad, nuestros obispos redescubren que su fuerza está en la Cruz, no en la casilla.

Ayudar a la Iglesia hoy es empobrecerla. Porque sólo así, desnuda de todo, volverá a ser esposa de Cristo. Y no concubina del poder.

Jaime Gurpegui

viernes, 21 de marzo de 2025

Antonio Maestre, el bufón del rencor: respuesta a sus vómitos sobre el Valle de los Caídos



No hay pluma más cargada de bilis ni mente más obtusa que la de Antonio Maestre, ese resentido profesional que confunde libertad de expresión con diarrea mental.

En su última regurgitación publicada, se atreve a pedir que se vuele la cruz del Valle de los Caídos, soltando una ristra de sandeces dignas de un chaval con rabieta más que de un periodista, por llamar de algún modo al demagogo de barra de bar que vive de insultar todo lo que no encaje en su dogma de trinchera.

¿Vamos a ver, Maestre, quién te crees que eres? ¿Un revolucionario del siglo XXI? No, eres un propagandista trasnochado, que vive del odio, el rencor y el revisionismo histérico. Llamas “fea” a la cruz, porque no sabes lo que es la belleza; llamas “mamotreto” a uno de los mayores complejos arquitectónicos de Europa, porque tu ignorancia solo permite valorar las chapuzas ideológicas que se caen a pedazos, como tú.

Hablas de trabajo esclavo. Otra vez con la mentira: muchos presos trabajaron voluntariamente a cambio de redenciones de penas, como ocurría en toda Europa tras la guerra. Pero claro, eso no te lo enseñaron en la Facultad de periodismo populista que te graduó. Te llenas la boca de “memoria histórica”, pero solo la que a ti te interesa, mientras te limpias el trasero con la mitad de España que no se arrodilla ante tus ídolos de hoz y martillo.

Dices que la cruz huele mal. Lo que huele mal es tu moral podrida, tu enfermiza obsesión por la Iglesia y tu falta de respeto a los muertos, incluidos los republicanos allí enterrados. Pero claro, para ti los muertos no son personas: son piezas de propaganda.

¿Dices que molesta a la fauna salvaje? ¿Tú te escuchas cuando hablas? ¿Sabes qué molesta a la fauna? El ruido de los linchamientos mediáticos que tú mismo promueves desde tu púlpito de odio. Que te moleste el Valle de los Caídos no es motivo para dinamitarlo, como si estuviéramos en Siria con el Estado Islámico, pero tú ya has demostrado que compartes con ellos la idea de que todo lo que no te gusta debe desaparecer.

No solo insultas a los muertos, sino también a los monjes de la Escolanía, porque tú no sabes lo que es la fe, el sacrificio ni la entrega. Hablas de trauma, cuando los únicos traumatizados sois vosotros, los que aún no superáis que vuestra querida II República fue un fracaso sangriento, y que perdisteis la guerra porque no os aguantabais ni entre vosotros.

Tus argumentos, si se les puede llamar así, no son más que vómito ideológico. Quieres volar la cruz para hacer memes, para “ver llorar a franquistas”, porque eso es lo que te pone. No la justicia, ni la memoria: el espectáculo del odio.

Dices que quieres volar Mingorrubio después. Claro, el odio nunca se sacia. Tú lo que quieres es un país sin Dios, sin historia, sin perdón y sin reconciliación. Pero te vas a quedar con las ganas. Porque mientras tú vomitas desde tu teclado, millones de españoles seguirán mirando la cruz que tanto odias, no como símbolo de dictadura, sino como lo que es: símbolo de redención, de perdón, de fe, y de la verdad que tanto temes.

Y esa cruz no se va a mover, por más que ladres. Porque los perros ladran, Antonio, la historia cabalga y tú mandas mensajes patéticos por Twitter a niñas de 18 años.

Jaime Gurpegui

viernes, 7 de marzo de 2025

Munilla y el dedito del listillo



Hay una clase de hombres que, cuando ven a otro haciendo algo bueno, lo primero que sienten no es gratitud, sino la necesidad de corregirle. No pueden simplemente reconocer que alguien está dando la batalla, que alguien está poniendo el cuerpo y el prestigio donde ellos no se atreverían. No. Ellos necesitan señalar. Matizar. Añadir su cucharadita de «originalidad».

Monseñor Munilla pertenece a esa estirpe. No puede limitarse a agradecer que un político como JD Vance, en un mundo donde la mayoría de dirigentes se venden al globalismo, tenga la valentía de decir en Múnich que Europa ha traicionado sus propios principios. No puede simplemente asentir y decir: este hombre ha hablado con verdad. No. Munilla necesita poner su notita de color. Porque no hay nada más insoportable para un cierto tipo de clérigo que estar de acuerdo sin más.

Y así, en su carta de Cuaresma, lo que podría haber sido un reconocimiento de una verdad incómoda, se convierte en una lección moralista. Munilla, desde su púlpito clerical, se permite corregir a Vance: sí, sí, tiene razón en parte, pero se ha equivocado en el tiempo verbal, porque en realidad la traición es de todos, también de Trump, también de los suyos, también de nosotros. Y ahí es donde asoma el problema. Porque esa frase no está puesta por justicia, ni por equilibrio, ni por análisis político. Está puesta por vanidad intelectual.

Es el típico ejercicio del dedito listillo que describe Miguel Ángel Quintana Paz: la necesidad de demostrar que uno no es un vulgar aplaudidor, que no está de parte de nadie sin una pequeña corrección, que no es un palmero más. Pero lo que esta gente no entiende es que a veces la inteligencia está en saber callarse. En saber estar donde se debe estar sin la compulsión de demostrar la propia lucidez con una apostilla ingeniosa.

Porque la realidad es esta: JD Vance, con todas sus imperfecciones, está haciendo más por la fe, por las costumbres y por la civilización cristiana de lo que harían cien Munillas en cien vidas. Vance está en la trinchera. Munilla, en la gradería. Y lo mínimo que se espera de alguien que no está en el combate es que al menos respete a los que sí lo están. Que se guarde sus ganas de marcar distancias y que, por una vez, enmudezca el dedito corrector.

Pero no. Porque ser parte de la gradería tiene su propio código. Y una de sus reglas no escritas es que nunca debes parecer demasiado entregado a los que están luchando. Siempre hay que añadir un matiz, una corrección, un «sí, pero». Siempre hay que dar a entender que uno ve las cosas con más perspectiva que los que están en la refriega.

Y así, mientras Vance trata de poner un freno a la disolución de Occidente, Munilla está ahí, no para apoyarle, sino para hacerle un pequeño examen de conciencia en público. Porque, claro, no vaya a ser que alguien piense que él simplemente le da la razón.

Hay clérigos que se han olvidado de lo esencial. De que su misión no es la crítica sutil desde la distancia, sino el apoyo decidido a quienes, con sus errores y defectos, están peleando por lo que es bueno y verdadero. Que a veces, lo más inteligente no es demostrar la propia inteligencia, sino saber callarse y estar del lado correcto sin peros.

JD Vance merece muchas cosas. Pero lo que menos necesita es la corrección condescendiente de un obispo que no ha arriesgado nada. Porque cuando la fe, la verdad y la civilización están en juego, los que más estorban no son los enemigos declarados. Son los que, desde la comodidad de su púlpito, no pueden resistir la tentación de levantar el dedito.

Jaime Gurpegui